chaneke verde

Sin embargo, la cosa no cambió, visitó todos los puntos de interés turístico de la región: Puente de Dios, el sótano de las golondrinas, el sótano de las guaguas, la laguna de la media luna, etcétera. Experimentando más o menos la misma sensación, en todos lados era lo mismo, comercio, basura, mucha gente y pagar por todo.

Aunque estaba viendo paisajes maravillosos, ciertamente sentía que no estaba viviendo la aventura ecoturística que había planeado, había demasiadas comodidades, hoteles con Wi-Fi en la habitación, aire acondicionado, televisión digital. Cualquier cosa que quisieras, la podías tener tan solo con caminar unos cuantos pasos al puesto más cercano y pedirlo.

Definitivamente era muy ameno todo aquello, pero no era lo natural, cada hotel, cada restaurante, cada edificio, había sido construido sobre pedazo de tierra, destruyendo lo que antes había ahí. Para que el agua llegara a la regadera, se necesitaban tuberías, por las cuales fluía el desviado cause de ríos que antes regaban mayores extensiones de tierra, en su lugar, ahora quedaban grietas y canales secos en los que alguna vez hubo peces multicolor; lo supo porque, al ir solo, lógicamente no formaba parte de ninguna excursión, entonces, pudo adentrarse un poco más y avanzar más allá de lo que es mostrado a los turistas, la parte bella del lugar. Pudo conocer la realidad. Jamás se imaginó ver un río seco en ése verde y florido paraíso, pero así fue.

Para poder tener energía eléctrica en su habitación, fue necesario crear presas hidroeléctricas y talar centenas de árboles que serían los postes de las líneas de cableado, que, dicho sea de paso, también, condicionaban deforestación, porque para ponerlas, debían abrirse caminos rurales por los que pudieran entrar los camiones de Comisión Federal de Electricidad.

Ni que hablar de la basura, no lograba dar diez pasos sin encontrar algún resto de tenedor o plato desechable, alguna bolsa de plástico, una lata, una botella. De plano, adquirió la costumbre de salir a caminar, tomar alguna bolsa de plástico grande, de las que se encontraba tiradas en los senderos por los cuales era guiado por algún pueblerino local e iba recogiendo la basura a su paso, sentía que le hacía un pequeño gran favor al mundo limpiandolo.

Sin embargo, la mayoría, de los que caminaban junto a él, ni se inmutaban por la basura; aunque le reconocían la labor. Le decían cosas como “nadie hace eso que usted hace, recoger la basura”. En su mente se formulaba la frase “ ni siquiera usted que me ve hacerlo”. Hasta que un día se animó a dejarla salir de su mente a través de su boca. La respuesta que recibió lo decepcionó:

-Yo no la tiré- Respondió el campesino.

-Pero usted vive aquí, aquí nació. Ésta es su tierra, ¿no?, debería cuidarla más.

-Tal vez… Pues allá Dios dirá

La apática e indiferente actitud le desconcertó, para Julián, sería un privilegio vivir en ése paraíso, mientras que para ése hombre, no significaba nada; parecía como si el campesino, diera por hecho que el mundo fluiría bien a pesar de todo y que no era necesario hacer nada, solo estar y dejar que el supremo ser se hiciera cargo.

– Si lo vieran lo chanekes, le darían un premio, agregó aquel hombre.

– ¿Los chanekes?, ¿que cosa son los chanekes?

– No son cosas, son seres, mi abuela solía contarme de ellos, son como niños pequeños, que viven en los bosques de por aquí, cerca de los ríos, lagos y lagunas. Ellos cuidan a los animales y plantas. Son seres mágicos, yo nunca los he visto, pero conozco a alguien que sí. ¿Quiere que lo lleve con ella?

-Pues sí, ¿porque no?

Fue así como Julián fue conducido a casa de doña Aurelia, una mujer muy anciana de blancas y largas trenzas que le contó todo lo que sabía de ellos. Se enteró que tenían la capacidad de hacerse invisibles, que sólo se mostraban ante aquellos que se preocupaban por cuidar del bosque; eso explicaba el por qué el campesino no los conocía.

– ¿Quiere verlos?

Y de nuevo: – Pues si, ¿por que no?, fue su respuesta.

– Debe de ir usted solo, son muy desconfiados cuando ven humanos juntos, vaya por aquel sendero, hasta la cascada, ahí no van los turistas porque está algo lejos, párese frente a la poza, pero no entre, si lo hace, pensarán que quiere usted el tesoro que esconden ahí. Solo quédese quieto, no hable, no haga nada… Y si creen que usted es digno, se aparecerán frente a usted. O… tal vez le hablen.

Desconfiado pero lleno de curiosidad, hizo lo que le indicó la anciana, llegó a la cascada, se paró frente a ella y permaneció quieto, sentado en silencio, viendo el agua caer mientras escuchaba el viento, lentamente comenzó a relajarse, a entrar en un estado de letargo tan apacible que era ciertamente excelso, ahora si estaba en contacto con la naturaleza, solo, lejos de la gente y el bullicio.

Sintió que un pequeño dedo tocó su hombro izquierdo, lo cual le movió de su estado de sopor, abrió rápidamente los ojos y pudo ver frente a él un pequeño rostro humanoide, grisáceo, mirándolo fijamente. De la boca de aquel hombresillo solamente salió la palabra “gracias”. Y antes de que Julián pudiera ampliar su mirada para poder distinguirlo con claridad, éste desapareció. Fue un encuentro muy breve pero sustancioso, significativo, que le cambió completamente la vida.

Ahora Julián cree en los chanekes porque ha visto uno. Ya forma parte de nuestro ejercike, donde aún queda un lugar para ti. Esperamos.

 

Chaneke verde

chanekeverdepachuca@gmail.com