En participaciones anteriores he tratado de ilustrar cómo en poco tiempo se puede destruir y, que lo complicado, lo que requiere verdadero esfuerzo, inteligencia, conocimiento científico, humanismo, es precisamente construir; cierto que también se requiere tiempo para levantar y consolidar un proyecto, eso nadie lo niega. Pero hoy, lo evidente en el gobierno de López Obrador es que sólo se destruye, que no se edifica, y que quienes están sufriendo las consecuencias de dicha política por falta de empleo, alimento, salud y paz social, son precisamente los cerca de 90 millones de pobres, y los que, por desgracia, con esta pandemia, engrosaron las filas de la pobreza como consecuencia del peligroso incremento del desempleo. Ahora quiero expresar para qué unirnos, con qué propósito, con cuál o cuáles objetivos.
La pobreza, la desigualdad y muchas de las lacras sociales, como la violencia y la corrupción, que padecemos en México, no se originaron con el gobierno de la 4ª.T (ese no es su pecado principal); son consecuencia de un sistema político que viene casi desde su formación como país, donde la línea divisoria de los que tienen mucho y de los que carecen prácticamente de todo, ha sentado las bases para la organización socioeconómica de la nación; ahí tuvo su inicio el sistema donde unos están obligados a trabajar por un jornal miserable y otros que mandan, aunque no trabajen. Son consecuencia de un sistema político donde rige la ley del mercado que, a pesar de sus defensores, no logra que una parte significativa de sus utilidades fluya hacia la mayoría de la población; muy por el contrario, la acumulación y la concentración de la riqueza se han acentuado, dejando fuera de toda posibilidad de beneficio a prácticamente el 99% de la población: “Cerca de 120,000 personas, que representan el 1% de la población más acaudalada, concentran alrededor del 43% de la riqueza nacional, de acuerdo con un estudio realizado por Oxfam México. De modo que si el país fuera un pastel con 10 rebanadas una sola persona se comería cuatro rebanadas y las seis restantes serían repartidas entre 99 personas”.
El pecado principal de López Obrador y su 4ª.T es el engaño y la mentira, sumándose a su incapacidad y primitivismo para conducir a un país tan complejo y con tan graves y delicados problemas; es su neoliberalismo embozado. Engañó diciendo que cambiaría la situación de la mayoría de los mexicanos: hoy son los más golpeados por sus políticas neoliberales; mintió cuando dijo que “primero los pobres”, hoy son los más abandonados ante el desempleo y la hambruna agudizada por la pandemia. Engañó cuando hizo creer a millones de mexicanos que el problema principal en México era la corrupción y que él la combatiría en beneficio del pueblo: ni era ni es la corrupción el problema principal, pero además, en su gobierno los casos de corrupción de sus funcionarios y de su propio partido no se diferencian en nada de los anteriores; solo ha combatido a los que considera sus adversarios, pero para sus cuates, “manga ancha”.
Por todo ello, porque el país está sin rumbo, con una economía en caída libre, con más desempleo y consecuentemente mayor pobreza; con un aumento desmesurado de la violencia: más asesinatos, secuestros, robos, etc., y con un entreguismo humillante a los Estados Unidos, los mexicanos necesitamos unificarnos en torno a un proyecto de nación distinto, que ponga en primer lugar los intereses de todos y no solamente los de un partido o de una cofradía; un proyecto de país que ataque los males principales y que sume los intereses y preocupaciones de todos los sectores de la sociedad.
Antorcha propone, en primer lugar, que juntos, con una gran alianza ciudadana luchemos para que en la próximas elecciones al Congreso de la Unión, llevemos a la Cámara de Diputados a mexicanos que realmente tengan visión de gobierno y de estadistas y que no vayan sumisamente a levantar el dedo cuando el presidente de la República se los ordene, sino que vayan y estén dispuestos a defender los intereses de todos los mexicanos y no solamente de unos cuantos; diputados y senadores que trabajen por poner en práctica el proyecto de nación que hemos enarbolado y que resumimos en cuatro ejes:
1) Generación de fuentes de empleo; es decir, trabajo para todos los que están en edad y condiciones de trabajar y quieran hacerlo.
2) Salarios dignos. Sí, salario que alcance para que una familia en promedio de cinco miembros viva dignamente, que sea suficiente para adquirir la canasta básica, educar, vestir y curar a todos sus integrantes.
3) Que se reoriente el gasto social. O sea, que del presupuesto público que maneja la federación y los estados se utilice mucho más para resolver las necesidades de obras y servicios de toda la población: más caminos, más y mejores hospitales, más escuelas, lecherías, estancias infantiles, sistemas de agua potable y drenaje, etc.
4) Política fiscal progresiva: simplemente que paguen más impuestos los que más ganan; hasta hoy, el mayor ingreso que tiene el gobierno lo sigue obteniendo de la mayoría de los mexicanos, pues nos obliga a pagar impuesto por todo (IVA, ISR, impuestos sobre nómina, etc.), aunque el salario percibido sea miserable, pero, por otro lado, los grandes multimillonarios y sobre todo los grandes corporativos, es poco lo que pagan en relación con lo que ganan, y una forma de distribuir la riqueza que generan todos los trabajadores es haciendo que paguen más y que se usen correctamente estos ingresos.
Unifiquemos esfuerzos, inteligencias e intereses para poner a México en la dirección más correcta en las actuales circunstancias; no nos dediquemos solamente a contemplar cómo empeoran las cosas o a lamentarnos; actuemos hoy, mañana quizás los peligros y las dificultades sean mayores.