Hay días densos, ayer martes, primero de mes, fue uno de ellos en México. Y es que demasiados nubarrones colman el cielo mexicano de estas horas, días, semanas y meses, incluso años ya, con epicentro en el Palacio Nacional, el corazón político del país. De allí emanan demasiados efluvios potencialmente conflictivos, que sacuden toda la geografía mexicana.
Antes que un país en busca de soluciones a los peores dramas cotidianos que flagelan a la mayoría nacional, se esté o no consciente ello, cada día -como ayer- el horizonte luce trepidante ante los diversos frentes de batalla, abiertos casi de manera sistemática, bajo el paraguas de una transformación cuyos frutos, si bien se ansían, parecen alejarse en medio del bazucazo continuo y cotidiano. No hay paz nacional, tampoco armonía y muchos menos una estrategia que impulse el trabajo coordinado en favor del desarrollo del país. Y el juego, peligroso claro, se propaga con demasiada irresponsabilidad en el núcleo político gobernante, lo mismo que entre la llamada oposición, que se conforma con la reactividad antes que con la tarea que está tardando en acometer para generar un discurso estructurado, propio y propositivo y esperanzador, mientras el país se hunde en situaciones que alarman, preocupan y duelen porque tejen un panorama cada vez más desolador y sombrío.
Es paradójico, pero parece que la oposición, antes gobierno, desconoce cómo cumplir y remontar su papel, mientras que el gobierno, antes oposición, tampoco entiende ahora cómo gobernar.
Los mexicanos hoy discutimos de todo y por todo. Se perdió el sosiego constructivo, meditado. El eje que nos rige es el odio, la diatriba, el te tumbo continuo que se ahoga en sí mismo, sin perspectivas ni alientos. Sucumbimos de manera cotidiana entre las polémicas eternas sin final previsible, más allá del ensanchamiento de un cisma social, económico y político que captura el día a día de manera frustrante para muchos mexicanos.
La diatriba, el insulto, la insolencia del poder nos atrapan. Del otro lado del zócalo capitalino las cosas públicas discurren de triste manera. No se construye en el ánimo social una propuesta que concite y aliente. Lo que se observa es un torpedeo mutuo, en donde todos, o al menos la mayoría, pierde. Se ha llegado al extremo de ver quién ataca mejor y más frecuentemente. Al final, perdemos todos la oportunidad de construir algo mejor sobre el país que se socava prácticamente de manera impune e inmisericorde y continua. Sólo importa el yo y el nosotros acá de éste lado contra los otros, los de allá, del otro.
¿Cuáles serán los saldos de este intercambio mutuo, inacabable, irracional, divisorio? Al final, todos perderemos, tal como ya lo estamos viendo con expresiones concretas, específicas y graves en campos como la economía, la salud, el empleo, el crecimiento, la educación, la inversión, la institucionalidad, la ley, el impulso a la infraestructura y la ciencia. Cada vez más abandonados a los designios del poder, la violencia y el uso excesivo del recurso castrense. Esto sin referir a la violencia, enarbolada hasta lo alto como si fuera nuestro lábaro patrio, eso sí.
Poco a poco nos vamos deslizando en este remolino de odio entre mexicanos. Lo peor es que para muchos, esto es la única forma posible de gobernar en un México cada vez más venido a menos en ámbitos que se multiplican para configurar días excesivamente densos.
@RoCienfuegos1