Para el periodista Marco Antonio Rodríguez Martínez, el sismo de 1985 dejó cicatrices que al día de hoy no pueden cerrar, aquí su relato
Este día quedó grabado en mi vida, como un recuerdo doloroso y con sentimientos encontrados al vivir ese minuto telúrico en el séptimo piso de un edificio de Izazaga en la CDMX.
A las 7:19 casi terminábamos la síntesis de diarios para la Secretaría de Hacienda y Crédito Público (SHyCP); no concluimos porque de inmediato se fue la energía eléctrica y con nuestros escasos conocimientos de seguridad de Protección Cívica, nos protegimos.
El minuto más angustioso y largo de mi vida.
La caída de escritorios, archiveros, cristales rotos y una profunda oscuridad, los pisos superiores hacía más tétrica la escena.
Una vez pasado el sismo, los compañeros encendieron sus lámparas y nos preguntábamos unos a otros si estábamos todos bien.
Al unísono nos agrupamos para salir a la calle.
Al lograr salir a la calle, fue de alto impacto ver derrumbados los edificios de Pino Suárez, en algunos, colgaban los rollos de tela, como si fueran serpentinas.
Nuestra angustia aumentó al recordar a nuestras familias.
Los teléfonos públicos quedaron fuera de servicio.
Una compañera de nombre Anita, de avanzada edad lloraba porque su hija y su nieto vivían en Tlatelolco, pasado el susto y al sabernos bien, nos fuimos retirando del lugar.
Recuerdo que ese día, yo acompañé a Anita, al llegar el desastre no era menor al del centro, edificios caídos o fracturados, la zona de departamentos estaba semi destruida, luego de buscar, en medio de la confusión y dolor de las familias, logramos encontrar a la hija de Anita en el atrio de la Iglesia de Tlatelolco.
Las siguientes horas y días fueron de angustia y tristeza al ver herida de muerte a nuestra amada capital de México.
Los mexicanos principalmente, los capitalinos surgimos como el Ave Fénix, de las ruinas y cenizas.
Sirva, este triste recuerdo a compañeros, compañeras y amigos de consuelo y fortaleza con quienes sobrevivimos a este lastimoso evento.
Mi afecto entrañable y cariño fraternal para las y los que vivimos está dolorosa experiencia, la del 19 de septiembre de 1985 que marca sin duda un antes y un después en México y donde como nunca fuimos solidarios unos con otros pues todos habíamos perdido algo, familiares, amigos, conocidos.