A unas horas del relevo del mando presidencial en nuestro país, proliferan las conjeturas y aún las apuestas sobre si la doctora Claudia Sheinbaum Pardo, la científica, la universitaria, la ex jefa de gobierno de la CDMX y especialmente la primera mujer que ascenderá al máximo cargo político nacional, se transmutará ella misma o, dicho de otra forma, se transformará en la presidenta que requerimos todos, sí, todos los mexicanos y asumirá todas sus facultades y todas las responsabilidades inherentes a semejante cargo por el bien de su gestión y del país.
No son pocos quienes creen que en los cuatro meses de transición del mando que siguieron tras el triunfo de la doctora Sheinbaum Pardo, ésta no podía, ni debía y tampoco quería marcar distancia alguna con el presidente Andrés Manuel López Obrador, so pena de generar un cisma dentro de Morena y, peor aún, con el mandatario saliente, algo que según muchos constituye en realidad una sola entidad.
Otros tantos, han opinado, considerado e incluso apostado, que una vez que la doctora Sheinbaum Pardo tercie al pecho la banda tricolor y se siente en la silla del águila, habrá una transmutación o una transformación de su persona para, ahora sí, ejercer la titularidad del Poder Ejecutivo Federal, que como sabemos recae por mandato constitucional en una sola e indivisible persona, en este caso en la ex jefa de gobierno de la CDMX.
Ambas posturas, la que da por hecho que la doctora Sheinbaum Pardo seguirá a pie juntillas los pasos de su artífice y mentor López Obrador, y la que en contraste, señala que una vez instalada en la silla presidencial con todas sus facultades, poderes y obligaciones, se generará la transformación de la inminente mandataria con (a), compiten en el escenario de los argumentos, pero en particular con lo visto en los hechos.
Quienes creen que la doctora Sheinbaum Pardo ejercerá una presidencia casi idéntica y aún más radical que la encabezada por López Obrador estos seis años, argumentan el mandato en las urnas, y aún los candados impuestos por él para asegurarse de que la ruta que él trazo no sufra desvíos, cambios o alteraciones sustantivas. La propia Sheinbaum Pardo ha dado múltiples, si no es que todas las evidencias, de que nunca desandará el camino trazado por su antecesor, lo que ella misma ha considerado que sería una traición a su legado.
Se agrega que López Obrador ha jugado, aun cuando no lo acepte, un papel crítico en la designación, ratificación o rotación, de más de medio tren del Ejecutivo federal. Así, ha guiado la confirmación de no pocos funcionarios del primer círculo presidencial subsecuente, algo que hace pensar al menos en que las lealtades junto con las alertas informativas y decisiones, tendrían al ex presidente en un sitio privilegiado.
También se añade la veintena de reformas constitucionales anunciadas por López Obrador en febrero de este año, y que imponen sin duda un corset a la doctora Sheinbaum Pardo por cuando menos el primer año de su gestión, sino es que los tres siguientes. La reforma en materia del poder judicial y la que determinó la incorporación de la Guardia Nacional a la Secretaría de la Defensa Nacional, serán dos astillas férreas en los zapatos de la doctora. Veremos cómo se instrumentan, claro.
Hay otros valladares erigidos por López Obrador que exigirán mucho de la presidenta entrante, uno de ellos la incorporación formal de Andrés López Beltrán en la secretaría general de Morena. Era un secreto a voces que López Beltrán operaba “ad honorem” y tras bambalinas, dicen. Ahora cobrará y manejará recursos ingentes. Y si siempre ha sido imposible decir en México “no” al hijo de un presidente, imagínese una vez que asuma formalmente un cargo estratégico en la locomotora que creó su padre. ¿Locomotora? ¿Aplanadora, acaso, sería mejor decir?
Aun así, la otra hipótesis es que ante los enormes problemas heredados y sobre todo ya con el poder en la mano, Sheinbaum Pardo se auto transformará. No lo sé, hay pocos indicios para anticiparlo, pero demasiados peligros y nubarrones en el horizonte para descartarlo.
@RoCiefnuegos1