Al igual que a Venustiano Carranza a López Obrador lo mueve la historia. Carranza se veía a sí mismo como un nuevo Juárez. Pensaba, actuaba y ejercía el poder como el propio Benito. Frente a sus amigos se mostraba frío e impasible, frente a sus enemigos implacable.
El sentido de sus decisiones sólo tenía lógica a la luz de su profundo conocimiento del pasado.
Simple ¡todo es historia! y para AMLO al igual que para el “varón de cuatro Ciénegas” cómo se desarrolla tanto psicológicamente como emocionalmente es sorprendentemente ligado, sí otra vez y para que quede claro, a la historia.
El primer mandatario en múltiples ocasiones deja entrever un claro gusto por la historia y éste año no es la excepción ya que será justamente un año crucial en cuanto a historia patria se refiere, recordemos que se cumplen 200 años de la consumación de la independencia así como 500 años de la conquista de México-Tenochtitlan lo cual es correcto, sin embargo éste gobierno ha insistido que no sólo se conmemorarán los 500 años de la caída de Tenochtitlan, sino que también los 700 años de su fundación; sí efectivamente, no entiendo de que fuente historiográfica se respalda tremenda afirmación pero es claro que el gobierno de la cuarta transformación una vez más demuestra que ¡todo es cambio incluyendo los datos históricos! Por increíble que esto parezca se está reescribiendo la historia y no con fuentes veraces, en absoluto, solo a capricho y ocurrencia.
Basta recordar que Paul Kirchhoff (etnólogo, filósofo y antropólogo) hizo una recopilación, revisando todas las fuentes disponibles, señalando las diferentes fechas de fundación de Tenochtitlan y Tlatelolco y la mayoría señala 1325 y en ninguna de éstas aparece 1321.
Cuando escuché la idea del gobierno me pregunté ¿qué fenómeno había ocurrido en 1321 que marque la fundación de Tenochtitlan? y la respuesta es fácil y directa en ese año no hubo nada. Se aborda la teoría de una fundación lunar, pero no pasó nada en ese momento.
Los 700 años quedan a la crítica de los historiadores, el año de 1321 no aparece en los registros etnohistóricos y tampoco sucedió algo (especial) en el cielo.
No cabe duda, hoy en día existe una disputa por la interpretación de la historia nacional; el presidente López Obrador está dispuesto a imponer su visión particular y aspira a que sea la hegemónica. Sus acciones incluyen, para iniciar con la transformación, la renovación de al menos 18 libros de texto gratuitos, incluso quiere rediseñar manuales que no existen, como lo documenta Carolina Crowley (Sin Embargo 10/04/21) o erigir una nueva historia de bronce, según Enrique Krauze (Reforma, 04/04/21), que va más allá de la exégesis histórica. El cambio que se está gestando incluye nomenclaturas de calles, cambios de fechas para que coincidan con el enfoque revisionista de la Cuarta Transformación, héroes que antes eran olvidados ahora se citan en discursos oficiales dejando en claro que la cuarta transformación es y será en todos los sentidos un gran adoctrinamiento.
Me recuerda justamente lo que llevó a cabo Tlacaélel hacia 1428 cuando los tenochcas y sus aliados consumaron la victoria sobre Azcapotzalco. A partir de esta victoria se toman medidas para transformar «la fisonomía del pueblo» que hasta ese momento había sido tributario.
De esta forma, Itzcóatl y Tlacaélel realizaron un nuevo reparto de tierras, concedieron títulos a quienes habían sobresalido en la guerra contra Azcapotzalco, promulgaron leyes y procuraron el enaltecimiento de México-Tenochtitlan. Tales medidas y cambios radicales se enfocaron tanto al presente del grupo mexica-tenochca como a la significación de su pasado. Sin embargo, la imagen que proyectaban los antiguos códices, tanto tenochcas como los de Azcapotzalco, no era precisamente los de un «pueblo mexica» con semblantes de esplendor, por lo que fue necesario e imperioso reinterpretar el pasado para tener en éste un nuevo apoyo sobre el destino que le aguardaba a los mexicas-tenochcas.
De esta forma, había que establecer otras «palabras-recuerdo» y cambiar el contenido de los antiguos códices. Se reunió lo que se calificó de «falso» y se hizo la quema de libros de pintura que no convenía conservar. Se ordenó esta quema de antiguos códices (en los que se guardaban las tradiciones) con la finalidad de establecer «su versión oficial de la historia mexicatl» el solo intento de querer modificar la «tradición histórica» evidencia que ésta era considerada como un factor de suma trascendencia en el mundo náhuatl.
Seguro se aproximan cambios que, lejos de ser objetivos, exageren las virtudes de los personajes que admira el Presidente y pueden ayudar a consolidar la “cuarta transformación” seguro aparecerán el gran Hidalgo y Morelos como los artífices de la libertad e independencia, Vicente Guerrero como el consumador de la independencia más no el traidor y sanguinario Agustín de Iturbide, Benito Juárez como el gran paladín de la legalidad y justicia, Francisco I. Madero el mártir de la democracia y por supuesto Lázaro Cárdenas el presidente ejemplar que otorgo a los mexicanos la reafirmación de la soberanía nacional y al llegar a nuestros tiempos, claro, no podrá faltar, Andrés Manuel López Obrador el Quetzalcóatl del siglo XXI que, predestinado por la providencia, trajo una república llena de paz, amor y sobre todo espiritualidad.
¿Tú lo crees?… veremos.