“Esta situación puede parecer “admirable” desde afuera: un niño que cuida de sus hermanos, una adolescente que se convierte en el sostén emocional de su madre o un joven que asume responsabilidades económicas que no le corresponden. Pero, ¿Qué pasa con ellos cuando crecen?…”
En muchas familias, cuando un padre o madre se ausenta, ya sea física o emocionalmente, uno de los hijos asume un rol que no le corresponde: el de cuidador, protector o incluso confidente. Este fenómeno, conocido como “parentalización”, es una carga invisible que pesa sobre miles de personas, muchas de las cuales, ya en la adultez, siguen atrapadas en la inercia de priorizar a los demás antes que a sí mismas.
Desde la teoría de la “Terapia Familiar Estructural” de Salvador Minuchin hasta las “Lealtades Invisibles” de Ivan Boszormenyi-Nagy, distintos enfoques psicológicos han explicado cómo el sistema familiar busca un equilibrio ante la ausencia de una figura parental. El problema es que este “equilibrio” se logra a costa de la infancia o adolescencia de un hijo, quien, en lugar de recibir cuidados y protección, se ve obligado a brindarlos.
Esta situación puede parecer “admirable” desde afuera: un niño que cuida de sus hermanos, una adolescente que se convierte en el sostén emocional de su madre o un joven que asume responsabilidades económicas que no le corresponden. Pero, ¿qué pasa con ellos cuando crecen? Muchos de estos adultos cargan con heridas invisibles: dificultades para poner límites, una culpa que no saben de dónde proviene, una necesidad de estar disponibles para los demás en todo momento y, sobre todo, la sensación de no haber tenido derecho a ser simplemente niños.
La parentalización no solo afecta el presente, sino que deja huellas profundas en la construcción de la identidad y las relaciones futuras. Quienes crecieron en este rol suelen atraer dinámicas de codependencia, priorizando el bienestar ajeno sobre el propio y sintiéndose responsables por la felicidad de los demás.
Sanar este rol impuesto implica primero reconocerlo y aceptar que no es una obligación continuar con él. Buscar apoyo terapéutico puede ser clave para identificar patrones de comportamiento y aprender a poner límites saludables. También es importante permitirse experimentar la individualidad, priorizar el autocuidado y reescribir la historia personal desde un lugar de libertad y autenticidad. La sanación no es un acto inmediato, pero sí un camino posible que lleva a una vida más plena y equilibrada.
Es momento de cuestionar y sanar estas dinámicas. No se trata de culpar a los padres, pues muchos de ellos también actuaron desde sus propias heridas, sino de reconocer que los roles impuestos por la familia pueden marcar una vida entera si no se trabaja en ellos conscientemente. Romper con la parentalización es un acto de amor propio y de reconfiguración del sistema familiar. Porque, al final del día, ningún hijo debería ser el sostén emocional de sus padres.
Es hora de devolver la infancia a quienes nunca pudieron vivirla y de permitirnos, finalmente, ser dueños de nuestra propia historia.
Construyamos juntos la mejor versión de ti.
@proyecto_be