Algo y hasta mucho falla en la operación política del presidente Andrés Manuel López Obrador, el timonel del buque rompehielos denominado muy pomposamente por cierto Cuarta Transformación.
¿Por qué? Antes déjeme decir que hasta las mejores intenciones del presidente se disipan y aun se esfuman como consecuencia de la alharaca, el desencuentro, la controversia y el desgaste a las que las expone, convencido de que su pecho no es bodega como ha insistido hasta la saciedad.
Y sí, obsesionado por ganar la lucha mediática, el rating nacional y desde muy temprana hora del día, López Obrador expone desde el atril presidencial cada día sus propósitos, planes, iniciativas, y por supuesto sus consideraciones. Lo hace prácticamente con todo desparpajo, sin meditación alguna, sin pensar las consecuencias de sus mensajes y/o palabras, que son las de un Jefe de Estado. No ha sido raro ni excepcional que miembros de su equipo más cercano conozcan en la mañanera información y/o decisiones del presidente. Hay abundantes evidencias de que el presidente, un comunicador nato y cuya conferencia mañanera absorbe una amplia parte de su agenda, se lanza al ruedo y asume el púlpito mañanero casi como un sacerdote lo hace cuando oficia una misa, es decir, de memoria y sin reflexión. Algo o mucho, insisto, falla sin embargo en este tipo de comunicación presidencial porque el resultado es casi siempre el mismo: la polémica, el inicio de un nuevo frente cotidiano de combate, que al final resulta infructuoso y se diluye en el paliqueo de los sectores del país.
Bien conocemos los ciudadanos mexicanos que López Obrador es López Obrador. Poco escucha y desconfía muchísimo. Su prolongado pero sobre accidentado trajinar en la vida pública del país y su triunfo contundente en 2018, lo han hecho más obcecado que nunca porque apuntalaron su egocentrismo y su absoluta convicción de que él transita por el lado correcto de la historia y sus formas y “moditos” le valieron su ascenso al sitio donde despacha todo el tiempo, con excepción de los días de gira. Se comprueba así aquella frase, según la cual chango viejo no aprende maromas nuevas.
¿Por qué todo este largo prolegómeno? Viene a propósito de sus declaraciones recientes sobre la Unam, donde como sabemos él se formó así le haya consumido más tiempo de lo habitual. Dijo que la máxima casa de Estudios del país se derechizó, se hamburguesó.
Consideró que por mucho tiempo, la UNAM se atrasó y se afectaron dos generaciones. La Unam, dijo, se volvió individualista, defensora de los proyectos neoliberales, y en consecuencia perdió su esencia de formación de cuadros, de profesionales para servir al pueblo. Eso dijo en una de sus mañaneras, donde cada día se busca un nuevo frente de batalla y alguien con quien pelear, antes que dialogar y mucho menos conciliar. Como siempre, Él tiene sus datos, y no hay otros posibles.
Fiel a su estilo personal, rijoso, López Obrador parece olvidar a ratos pero con excesiva frecuencia que nunca será lo mismo buscar a ejercer el poder y más si se trata del poder presidencial omnímodo y avasallante que él mismo ha restaurado para ejercer una presidencia muy similar en sus manifestaciones concretas y cotidianas a la que ejercieron sus antecesores del PRI de antaño, en donde el presidente se convertía por seis años en el gran tlatoani nacional. Pero México hoy ¿habrá que decirlo? es un país complejo, multicultural, plural, diverso, enorme, una amalgama harto complicada desde todo punto de vista y sector.
Es cierto, bienvenida la polémica como el propio López Obrador ha declarado sobre la UNAM y su papel en el México actual, y más aún de cara al futuro. Es positivo que se revise, que se diseñen nuevos esquemas de desarrollo para la máxima casa de estudios nacional. Nadie debería oponerse a la discusión de un nuevo proyecto, a la sacudida que refirió el mandatario.
Pero donde empiezan los problemas es en la forma, el “modito” presidencial, más vinculado con el activista ardiente que con el papel reservado por naturaleza a un jefe de Estado, a un timonel nacional. ¿Por qué habríamos de negarnos a una invitación amplia, plural, incluyente, tolerante y propositiva para un nuevo diseño de la UNAM de cara al siglo XXI? Encuentro pocos argumentos para una negativa, pero mucho menos para que el presidente incendie Roma o el campus universitario antes siquiera de hacer al menos una propuesta al diálogo. Me parece que el presidente dice lo que piensa, pero no piensa lo que dice. Y eso es una lástima porque antes de emprender un camino, el que sea, se dinamitan las rutas cruciales, en nombre de algo que el presidente concibe como la cuarta transformación.
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