Es muy complejo explicar en pocas palabras y mucho más comprender por qué la democracia peligra en México, tanto como en Estados Unidos. Esta tarea se torna más ardua porque mucha gente en éste y el vecino país, da por hecho la vigencia del sistema democrático, pero también porque descree que haya políticos, aquí como allá, interesados en socavarla primero y eliminarla más tarde para la preservación o la reconquista del poder.
Ese escepticismo social fortalece la tarea de zapa que muchos políticos acometen diariamente, como fue el caso de Donald Trump el seis de enero del 2021, cuando una turba embistió en su nombre el Capitolio con el objetivo de impedir el recuento formal de los votos del Colegio Electoral en el Congreso.
Durante semanas, Trump descalificó los resultados de las elecciones de noviembre del 2020, que ganó el demócrata Joe Biden. Esto con el propósito manifiesto y claro de frustrar un traspaso pacífico de poderes.
Ahora, que Estados Unidos, como México, están en ruta a elecciones presidenciales, la embestida arrecia. La lucha por el poder es frontal, al grado de que la democracia pudiera resultar una víctima colateral.
Veamos el caso de Estados Unidos, donde la Corte Suprema emitió hace apenas unas horas un fallo que ya no deja lugar a dudas sobre la dirección en que corre desbocado ese país. La reacción autoritaria de extrema derecha que comenzó en respuesta al movimiento de finales de los 60, se fortaleció en el Congreso durante la administración Reagan y se consolidó con el Pacto con América dirigido por Newt Gingrich en los años 90, ahora está a un paso de alcanzar el poder político de una manera y en unas circunstancias que, esperan ellos, les permita someter y reprimir a la población entera del país indefinidamente, bajo la versión estadounidense de un régimen nacionalista y cristofascista blanco. La predicción: las elecciones presidenciales de este año van a ser las últimas «normales» y «democráticas» según lo que se entiende de los antecedentes comiciales históricos. Si Trump consigue colarse nuevamente en la Casa Blanca, hasta ahí habrá llegado lo que queda de democracia en el país vecino.
La Corte Suprema anuló un fallo de la Corte Suprema del Estado de Colorado que permitió excluir al susodicho de la papeleta electoral en ese estado. Pero la CS fue más allá: declaró que la decisión de inhabilitar al sujeto para ocupar la presidencia le compete únicamente al Congreso. El texto del Artículo 3ro de la 14ta Enmienda a la Constitución, indica que esa determinación por parte del Congreso debe contar con dos terceras partes de los votos de ese cuerpo legislativo. Si es así, no hay chance de que la Cámara de Diputados apruebe nada en ese sentido en su configuración actual, lo cual constituye un precario y pírrico consuelo.
Lo cierto del caso es que la CS, cuya legitimidad ya venía cojeando tras la revocación del derecho al aborto y antes de eso con la incorporación a ese cuerpo de por lo menos dos individuos que no tenían nada que buscar allí, acaba de despejar todo asomo de duda. Se trata de Amy Coney Barrett y Brett Cavanaugh. La primera declaró hace algunos años, en una conferencia de alguna entidad religiosa, que el único propósito de su labor como jurista era «propiciar la instauración del Reino de los Cielos en esta tierra». Si ésa no es la definición de libro de texto de un teócrata, yo no sé cuál será. A Cavanaugh lo ascendieron a la CS pasando por alto la agresión sexual a la que sometió a una mujer hace años. Y él ha demostrado que dista de poseer el temperamento ponderado necesario para ocupar ese cargo. De paso, Coney Barrett está afiliada con una secta del catolicismo tan extrema que hasta el mismísimo Opus Dei se ha distanciado de ella. ¡Inimaginable!
Pareciera que en apenas una de las varias causas que tiene abiertas el señor Trump se va a realizar un juicio. Aludo a la causa penal, no civil, que le siguen en Manhattan por haberle ocultado a los electores los pagos secretos que le hizo a una actriz porno para que no divulgara esa infidelidad antes de las elecciones de 2016, privando así a los electores del conocimiento de un hecho que bien habría podido significarle muchos menos votos. Pero incluso si fuera hallado culpable en esa causa, cosa que es prácticamente segura debido a la contundencia de las pruebas, a menos de que sus abogados sean verdaderamente estelares y consigan convencer al menos a un solo miembro del jurado, (a) no creo que llegue a pasar ni un día preso, y (b) quizás pueda perdonarse a sí mismo como presidente.
En Florida, la causa que según han afirmado observadores del tema, la que llaman de los «documentos de Mar-A-Lago» pero que debería llamarse directamente de traición y espionaje para los rusos y que es la que tiene las pruebas más irrebatibles de todas las que tiene abiertas, la preside una jueza de origen colombiano, Eileen Cannon, nombrada a ese cargo vitalicio de la judicatura federal por él mismo y quien no había presidido ni siquiera diez juicios (!) cuando le asignaron esa causa. Esa jueza, quizás por su proveniencia de una sociedad como la colombiana, que le da prioridad a lo que diga la Iglesia, ya ha tomado al menos dos decisiones que la han metido en agua caliente con el distrito judicial federal al que está adscrito su tribunal, y ese distrito la reconvino el año pasado unánimemente por descaradamente excederse en su autoridad para favorecer al susodicho. Otras personas la han señalado de actuar con total conocimiento de causa y deliberadamente en este caso, con la esperanza de que si Trump vuelve a la presidencia, la nombre a la Corte Suprema. Ninguna de las dos cosas serían una sorpresa.
Mientras tanto, la mayoría estadounidense anda de lo más ocupado «influyendo» en las mal llamadas redes «sociales», filmándose comiendo, cruzando la calle, practicando algún deporte, pontificando sobre temas de los que no tienen la más peregrina idea y hasta tirando, para el deleite de sus influidos en esas redes y con la esperanza de forrarse los bolsillos de dinero de la noche a la mañana. Es decir, que todo el mundo anda distraído. Los que medio no lo están, están bajo la influencia de lo que llaman «mainstream media» o «corporate media», es decir, los medios de comunicación de masas propiedad de entidades con fines de lucro, a las que les importa un bledo la democracia y el bienestar de la población general, y lo único que les interesa son los índices de audiencia junto con los ingresos que brindan. Después de todo, lo escabroso o escandaloso es lucroso.
Los académicos están ocupadísimos debatiendo entre sí las minucias más insignificantes en la estratósfera de la abstracción, en sus torres de marfil. Los grupos minoritarios (según sus respectivas identidades u orígenes raciales o étnicos, sexuales, etc., etc.) siguen rasgándose las vestiduras y lacrimeando por quítame esta paja, sin darse cuenta de que por querer alcanzar la perfección, se van a quedar sin nada de lo que han podido obtener hasta ahora. Por ejemplo, los jóvenes no van a votar por Biden a causa de su apoyo irrestricto al genocidio que están perpetrando los israelíes contra los palestinos. Pero no se dan cuenta de que la alternativa es inconmensurablemente peor. Ojo, yo no estoy diciendo que esas causas no sean válidas y necesarias. Si estoy diciendo que tengo la impresión de que no se dan cuenta de la desproporción que hay entre esas causas y la práctica certeza del fin de la democracia en el país. Pero no solo eso, y desconozco si es por su juventud o por ignorancia, pero no parece haber mucha gente que se dé cuenta de que si Rusia se impone en Ucrania, ahí no va a parar la cosa, y que vamos a estar ante una situación similar a la II Guerra Mundial, pero con los rusos en lugar de los nazis, y que más pronto que tarde, ese conflicto armado va a llegar a las costas estadunidenses. Es como si la gente hubiera perdido la capacidad de apreciar diferencias de magnitud o peligro entre unas y otras cuestiones o situaciones políticas.
¿Cuántos ciclos más de violencia militar, vejación y opresión va a tener que sufrir la humanidad hasta que entendamos que el billete y la bala no son ni una virtud ni una solución?
¿Ve por qué es difícil explicar y más aún comprender los riesgos que corre la democracia en más de un país? Claro, cada uno con sus especificidades.
@RoCienfuegos1