Sin medias tintas, pero sobre todo por su rechazo a la lealtad ciega al ex presidente Donald Trump, la congresista Liz Cheney fue expulsada por sus correligionarios republicanos del liderazgo del partido en la Cámara de Representantes.
En una votación secreta, el partido cumplió su amenaza contra Cheney, quien fue la número tres de los republicanos en la Cámara Baja.
¿Por qué la expulsaron? Una sola razón o motivación republicana: Cheney rechazó o se opuso a las denuncias de Trump de fraude en los comicios presidenciales de noviembre, que dieron ganador al hoy mandatario estadounidense, el demócrata Joe Biden. Nunca fueron comprobadas las denuncias de Trump, nunca, pero eso fue y es lo de menos. El “argumento” falso de Trump se ha transformado en la “gran mentira” de los republicanos y de los seguidores de éstos, y punto. Han dado la espalda y niegan la evidencia concreta, palmaria, real. Un enorme peligro se cierne sobre Estados Unidos y aún el mundo.
Conocida su condena, Cheney dijo que va a encabezar una lucha por conseguir un Partido Republicano «fuerte» en el futuro. Dijo que trabajará para impedir que Trump se acerque al Despacho Oval.
Cheney, hija del ex vicepresidente Dick Chaney, dijo que su partido debería asegurarse de elegir como líder y próximo candidato a la Presidencia a alguien que esté comprometido con la Constitución. Algo muy distinto a lo que encarna Trump, un embustero de la política, al que veneran triste y peligrosamente muchos estadunidenses, ciegos, fanáticos, emponzoñados y dispuestos a hacer cualquier cosa por su líder embustero.
La hija del ex vicepresidente dio un paso al frente y advirtió que no se quedará sentada a mirar en silencio mientras otros llevan a “nuestro partido por un camino que abandona el estado de derecho y se unen a la cruzada del expresidente para socavar nuestra democracia».
Insistió en que guardar silencio e ignorar la mentira envalentona al mentiroso de Trump, quien se aferra a su mentira de que las elecciones le fueron robadas. Liz dijo que Washington enfrenta «una amenaza como nunca antes».
Tras saber el resultado adverso a Cheney, Trump aludió a ésta republicana destacada como «un ser humano amargado y horrible», «mala» para el Partido Republicano y que «no tiene personalidad ni nada bueno que aportar a la política o al país». Ajá.
En vísperas de la expulsión de Cheney por los republicanos, en este mismo espacio dijimos que la destitución de ésta, cumplida hace dos días para vergüenza republicana y peligrosa para ese país, sería el costo para quien discrepa de la obediencia ciega que demandó Trump a lo largo de su mediocre y peligrosa presidencia.
Efectivamente; los fanáticos del ocupante anterior de la Casa Blanca se han dejado llevar de las narices y ahora juran y perjuran que la «Gran Mentira» es, precisamente, el resultado de las elecciones presidenciales de noviembre del 2020.
Insisto en que desconozco hasta qué punto es posible afirmar que quienes votaron por el tal Trump lo hicieron por razones como el racismo claro y abierto, la xenofobia, el nacionalismo, el supremacismo blanco, cuestiones económicas o simple ignorancia, sin tomar en cuenta el simple contagio de la insania de Trump.
Después de todo, ya está comprobado y demostrado que quienes conviven con un familiar desquiciado tarde o temprano comienzan a acusar síntomas del mismo padecimiento, o adquieren otros derivados de ese contacto.
Entre la desesperación (causada por la inseguridad material y hasta penuria) de la masa trabajadora blanca, la complicidad de ciertas corrientes religiosas como los evangélicos y otras sectas «cristianas», el oportunismo descarado de la cúpula del Partido Republicano y–no menos importante–todo lo que acarrea el solipsismo y narcisismo magnificados por las mal llamadas «redes sociales», entre el 2022 y el 2024 va a haber una masa crítica de votantes lo suficientemente grande como para que los repugnicanos, disculpe, republicanos, vuelvan al poder, y si lo hacen, puedes dar por descontado que va a ser con Trump, si acaso Cheney fracasa en su digno intento de parar una nueva embestida trumpiana.
El problema más grave es el rechazo absoluto a reconocer cosas tan palmariamente objetivas y claras como la realidad física. No exagero. Si Trump se asoma a mediodía de su letrina floridiana y declara que es medianoche, sus seguidores se ponen el pijama. Son ya varios los profesionales de la siquiatría que han advertido de que sus seguidores se están comportando como quienes han sido objeto de un lavado cerebral o las víctimas del maltrato doméstico o intrafamiliar.
¿Hasta cuándo vamos los humanos a seguir con la misma historia? No aprendemos ni escarmentamos, ni siquiera en cabeza propia. Queda dicho con la expectativa de que aprendamos como ciudadanos, un papel que nos obliga como parte de un país, cualquiera que éste sea.
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