Por Roberto Cienfuegos J.

¿Qué tan difícil es decir la verdad y nada más que la verdad? La pregunta, pero sobre todo la respuesta, varía conforme una infinita gama de posibilidades a partir del apotegma de la llamada ley Campoamor, conocida con amplitud y según la cual en este mundo traidor, nada es verdad ni tampoco mentira, todo es conforme el color conque se mira. Y aunque hay una carga de alto subjetivismo al respecto o de relativización suprema, también es cierto que hay hechos inobjetables, fríos y definitivos, así quede la interpretación de éstos de maneras tan variadas como mentes hay en el mundo.

También es cierto que cualquiera entiende que todo gobierno siempre trata de crear su narrativa conforme a sus enfoques, objetivos y propósitos. Aún así, parece que una práctica más o menos fija es alentar siempre a los gobernados, a imbuirlos de confianza y estimular al menos la serenidad en el rumbo que se imprima.

Hago este relativamente extenso preámbulo para hacer notar que los gobernados, supongo que la mayoría, requerimos un gobierno al cual creerle, en el cual confiar y al cual incluso apoyar para el logro de sus fines, propósitos y metas. Sería el estado ideal, claro. Aun si esto no fuera el caso, es otro hecho cierto que la confianza tiene invariablemente como fundamento la práctica continua o al menos predominante de la verdad. La mentira siempre socava la confianza, la credibilidad y es asiento sólido del embuste, contraproducente y aún letal para la construcción de relaciones sólidas y edificantes. Sin verdad, o al menos el compromiso con ésta, no habrá jamás relaciones personales, sociales y de gobierno, capaces de solventar cualquier tipo de vendaval. La mentira, aún así resulte soterrada, termina siempre en pantano.

Un caso como ejemplo. Sabemos que las cifras de muertes y contagios por el Covid-19 en México y aún el mundo resultan necesariamente en estimaciones hechas a partir de cortes informativos de naturaleza médica, que no incluyen estadísticas o modelos muchas veces en proceso e imposible de actualizar en los plazos brevísimos de 24 horas. El ejercicio es harto complejo y es casi un hecho que sólo conoceremos la devastación de los números de la pandemia, una vez pasados varios o incluso muchos meses de que el voraz Covid-19 haya cedido, o quedado sometido a control en algún momento futuro. Se entiende.

Pero entonces ¿por qué tanta mentira e inexactitud de las autoridades mexicanas en general sobre el tema del número de contagios y muertes por Covid-19? Peor todavía, la difusión de expectativas falsas sobre el eventual control pandémico, la severidad del fenómeno, el semáforo epidemiológico, la reactivación económica y aún la llamada “nueva normalidad”. Sería prolijo abundar sobre las proyecciones, predominantemente falsas, del gobierno en torno a la llegada, impacto, duración y control de la pandemia. Ni hablar también de la llegada de las vacunas, las cantidades disponibles, el calendario de inmunización, los cuidados asociados y numerosas variables más como el Covax, un mecanismo internacional para garantizar un reparto equitativo del antígeno.

La verdad, sólo la verdad. Esa es la forma como nuestro gobierno ganaría confianza, credibilidad y aún respeto. Uno entiende que la tarea de gobernar es compleja, pero se hace peligrosísima sin el cemento de la verdad.

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