Existen tres maneras de animar una conversación con el presidente Andrés Manuel López Obrador; según lo argumenta Enrique Krauze, hablar de béisbol, hablar de Tabasco o de historia de México. Un hombre como López Obrador se diferencia por conocer y emplear la historia para poder justificar y entender el presente que vive, no sólo el mundo, Tabasco o México sino también su propia vida.
Al igual que a Venustiano Carranza a López Obrador lo mueve la historia. Carranza se veía a sí mismo como un nuevo Juárez. Pensaba, actuaba y ejercía el poder como el propio Benito. Frente a sus amigos se mostraba frío e impasible, frente a sus enemigos implacable. El sentido de sus decisiones sólo tenía lógica a la luz de su profundo conocimiento del pasado.
Simple ¡todo es historia! y para AMLO al igual que para el “varón de cuatro Ciénegas” cómo se desarrolla tanto psicológicamente como emocionalmente es sorprendentemente ligado, sí otra vez y para que quede claro de una vez, a la historia.
Y ha quedado demostrado en días anteriores tras la firma del acuerdo que los gobernadores pactaron con el presidente AMLO para sostener unas elecciones transparentes y apegadas a la ley sin favoritismos. En esa reunión que sostuvo el presidente con los gobernadores de 30 estados del país se dejó de manifiesto en rapidísimos 30 minutos una clase de… historia, naturalmente.
Pero no cualquier clase de historia: una en Palacio Nacional y a cargo del presidente Andrés Manuel López Obrador, quien relató cómo este país vivió envuelto en gobiernos antidemocráticos por décadas y décadas, antes de que llegara la Cuarta Transformación.
Una vez dentro de Palacio Nacional los gobernadores, sin teléfonos ni asistentes, con la pluma lista para firmar el Acuerdo Nacional por la Democracia, el momento no llegó. Su asistencia confirmaba un “sí” a todo, su papel entonces, se limitaba a sentarse y escuchar. ¡Sí! por vez primera escuchar algo de cultura.
La clase de historia abarco temas como la democracia inexistente en México, desde que Antonio López de Santa Anna se aferró al poder y como Francisco I. Madero al ser realmente un demócrata la restituyo para dar paso después, nuevamente, a una “dictadura perfecta” parafraseando al escritor Mario Vargas Llosa; llegando hasta el 2000 cuando se concretó una fantasía de cambio, puesto que la verdadera democracia se dio de manera palpable en el 2018 con el triunfo de un partido distinto a los de siempre, el partido de México y los pobres, MORENA (Movimiento Regeneración Nacional).
El viejo discurso de la narrativa aspiracional del “periodo neoliberal” –un México moderno, primermundista, que en cierto modo evocó al Salinismo–no se escuchó por el contrario fue AMLO quien propuso que la nación sea no lo que puede ser sino lo que ha sido: un país tradicional, bucólico, alejado de arquetipos extranjeros. Su consigna es detener la modernización, que sólo beneficia a una minoría privilegiada, e invocar el regreso del excepcionalismo mexicano.
Contra el progresismo, pues, AMLO ofrece un retorno a los orígenes. Si el futuro discrimina, volvamos al pasado. He aquí la raíz de su misoneísmo. Lo que algunos vemos como novedoso en su proyecto –su vehemente llamado a erradicar la corrupción– es para él la recuperación de la pureza perdida. Su apuesta no es sólo pretérita y globalifóbica, también involucra una suerte de realismo idealista.
Con él viviremos la mexicanidad a plenitud: lejos del fatuo oropel de los tecnócratas, encarnaremos el México nacionalista previo a 1982 aquel país del nacionalismo revolucionario, de los grandes héroes como: Emiliano Zapata, Benito Juárez, Francisco Villa, el México profundo. Un país inacabable, insondable e irremediable en la medida de que no tiene remedio porque no lo necesita, vivir en México ya es vivir en la gloria misma.
Sin embargo para los gobernadores solo es retórica, o bien el recuerdo de sus clases de historia en el colegio, bueno si es que alguna vez pusieron atención en el colegio o simplemente lograron las calificaciones pertinentes mediante influyentismo, típico.
Y la moraleja de la clase de historia fue que el presidente pidió a los gobernadores, seguir el ejemplo del “Apóstol de la democracia” y hacer historia en el proceso electoral, convirtiéndose en unos auténticos demócratas.
AMLO, agradeció la respuesta y asistencia de los 30 gobernadores, Claudia Pavlovich como representante de los gobernadores firmó el acuerdo en los términos que se ideó sin necesidad de que se plasmaran las firmas de los asistentes a quienes ni siquiera les dio tiempo de pedir una reunión adicional. Y sentencio el primer mandatario: “Nos vemos en junio” enviándoles abrazos con las manos cruzadas en el pecho mientras los gobernadores aceptaban confundidos.
Y así, tal cual, al igual que cuando termina una clase escolar y los alumnos se retiran, los gobernadores tomaron sus celulares, salieron de Palacio Nacional y regresaron a sus compromisos, con un pacto asumido, con una clase de historia recién recitada y con la sorpresa de haber aprendido algo de historia que seguramente en sus vidas han entendido siquiera. Aunque quizá, y solo quizá en junio después de las elecciones entiendan el verdadero significado de lo que es la democracia y amor a México.
¿Tú lo crees?… sí, yo también dudo que los gobernadores hayan entendido el mensaje.