Al cabo de una jornada comicial extraordinaria, que reveló el vigor de la ciudadanía mexicana, todo indica que terminó el sueño que se hizo mucho más patente que nunca durante las largas horas del domingo para quienes apostaban por un triunfo de la candidata de la oposición, Xóchitl Gálvez, en estas votaciones históricas, sin duda.
Pero tras conocerse los resultados preliminares que con demora reveló el Instituto Nacional Electoral en pausas francamente sospechosas, y la caída de la página del Instituto Electoral de la CDMX, -una ominosa reminiscencia del pasado-entre otros signos, es grave que sobre esta elección haya quedado la impresión -tal vez infundada, pero impresión al fin- de que los resultados pudieran haber burlado la decisión de millones de sufragantes mexicanos.
Claudia Sheinbaum se impuso por un amplísimo margen, lo que echa por tierra cualquier posibilidad de impugnaciones y aún de protestas de la oposición, que serían de inmediato descalificadas por el oficialismo y el propio presidente Andrés Manuel López Obrador, quien anoche mismo ratificó y felicitó el triunfo de Sheinbaum, la mujer que él eligió y moldeó para sucederlo a partir de octubre próximo.
Sheinbaum, con el respaldo de todo el aparato del Estado, incluyendo el del presidente López Obrador y las titularidades de 23 gubernaturas de las 32 del país, dobló a su adversaria Gálvez, una mujer que aunque echada pá lante, quedó chiquita ante el apabullamiento electoral de la virtual presidenta electa de México.
Ni siquiera el alma que según dijo Gálvez puso en esta competencia e inspiró la ilusión de millones de mexicanos que hicieron todo para apuntalar su candidatura, bastaron para lograr el sueño que durante el día de ayer cobró por momentos un gran ímpetu.
Una vez confirmado su triunfo, Sheinbaum pondrá en marcha lo que ella misma ha denominado “el segundo piso” de la autodenominada Cuarta Transformación, un movimiento inspirado por López Obrador, que sin embargo sigue sin convencer a muchos mexicanos dentro y fuera del país, donde no sólo hay serias dudas sobre la brújula que se pretende imponer a México, sino que además dejó ver a muchos mexicanos fuera de la geografía mexicana sumarse a una participación predominantemente en contra del partido morenista, que sin embargo no se reflejó en los resultados alegres, contundentes, y también sospechosos ante las inconsistencias de las autoridades electorales, no vistas antes en circunstancias similares.
Vienen otros seis años de gobierno guinda, ahora bajo la mano femenina de Sheinbaum y sin embargo en estas horas tempranas de una victoria que constituyó en buena parte la crónica de la conducción del presidente López Obrador, le tocará ahora asumir un gobierno que enfrentará sin duda alguna aguas turbulentas y mareas embravecidas como parte del legado obradorista, aun cuando tendrá -según todo parece indicar- la mayoría calificada en el Congreso federal, algo que muchos anticipaban casi imposible pero que sucedió.
Además de una criminalidad en su pico, algo de suyo muy grave para el país, Sheinbaum deberá enfrentarse a problemas tan críticos como la enorme deuda que le deja su mentor, la inmigración descontrolada, una desinstitucionalización creciente, el déficit en materia de salud, el destino de las megaobras, una inflación persistente, una cúpula militar engolosinada con las delicias del poder y los flujos millonarios de recursos pecuniarios, una agenda impuesta con al menos 20 reformas, una crisis educativa agravada por el protagonismo sindical insaciable, las exigencias de sectores empobrecidos y muchos otros problemas que demandarán mucho más a un segundo sexenio guinda, que fortalece el anuncio hecho hace un sexenio por López Obrador de un cambio de régimen político, lo que esto quiera significar a partir de una nueva constitución que seguramente se hará al gusto y medida del poder instituido hace seis años.
Podrían añadirse otros problemas de atención urgente en la agenda de Sheinbaum, como por ejemplo la crisis de Pemex, una empresa quebrada y la más endeudada del mundo pese a las millonarias transferencias económicas hechas a lo largo del sexenio de López Obrador, y la situación de la Comisión Federal de Electricidad, aquejada por una enorme deuda y la incapacidad de garantizar a México la producción de energía eléctrica en grado suficiente, pero sobre todo limpia.
Sheinbaum y el equipo que la acompañe -no sabemos si por su decisión o mediante la imposición y/o con la bendición de AMLO- también lidiará con un escenario internacional poco propicio, en particular con Estados Unidos -en vísperas de elecciones- el principal socio económico y comercial de México, pero también con los gobiernos que López Obrador eligió como sus aliados, aún y éstos constituyan más bien rémoras para la diplomacia mexicana, también venida a menos en estos últimos años.
¿Qué hará Sheinbaum para resolver o aminorar las peores aristas de estos problemas? Es pronto para saberlo. En el fondo habrá que esperar sus primeras decisiones sobre el tablero para conocer si está dispuesta en primer lugar a actuar como Jefa de Estado, o si seguirá poniendo el oído para escuchar a López Obrador, el estratega que la llevó a Palacio Nacional y, en consecuencia, el hombre que seguramente querrá los réditos de este triunfo.
Estos son sólo unos apuntes iniciales al cabo de una jornada, histórica sin duda, en la que millones de mexicanos apostaron por un cambio, pero que no pudo consumarse. Ya se verá si la primera mujer presidenta de México hace una diferencia con su mentor. Esto se plantea como una de las mayores incógnitas por despejar en los próximos meses. Por ahora Sheinbaum ha calificado a López Obrador de “hombre excepcional, único, que ha transformado para bien la historia de nuestro país”.
@RoCienfuegos1