chaneke verde

El señor Anderson, llamó por teléfono a su cocinera para ordenarle, antes de que terminara su turno y se retirara, algunos aperitivos para amenizar la velada a sus visitantes, quienes no parecían afectadas por el Jet Lag, todo lo contrario; todo indicaba que el sol llegaría a relevar a la luna en su misión de atestiguar las declaraciones.

– Y bien Wheeler, acabas de decir que, de no ser por las ganancias de tu empresa, no estarías en Rio- comenzó el interrogatorio Yi.

– Así es, esta ciudad me trae malos recuerdos, me duele mucho recordar que cerca de aquí, estaba la reserva de Ma- Ti.

-¿¡Como que estaba!?- preguntó Yi.

– Si, estaba, la ciudad ha crecido demasiado en treinta años, justo ahora, si pudiésemos comparar las coordenadas, estamos casi a cinco kilómetros de donde estaba la tumba de Ma-Ti. Lo sé, porque antes de firmar el contrato para la construcción del hotel, revisamos las coordenadas, para hacer un análisis del suelo, verificar que no fuera pantanoso e inseguro y también para verificar que no se tratara de un área natural protegida por el Gobierno brasileño. No lo era, construir era legal y seguro. Por pura curiosidad, revisé por internet la historia de la región y me topé con la noticia de que era el territorio de la tribu de Ma- ti, si hace treinta años, hubiera existo el GPS o hubiéramos traído algún otro dispositivo de localización, hubiera sido posible saber las coordenadas exactas pero no fue así.

Entonces, poniéndole un poco de imaginación, ésta  lujosa propiedad de una hectárea, sería el lugar donde encontramos el cadáver de Suchi.

– ¡No lo puedo creer! ¿Es en Serio, Wheeler?, ¿Te imaginas Linka?, ¡Volvimos al pasado, al punto donde todo quedó en pausa!¡ Es magia, amiga, magia divina, indudablemente es obra de Gaía.

– Todo comienza a tener sentido- asintió con la cabeza Linka, asimilando la información, cuando una duda terrible le asaltó- ¿Qué pasó con los aldeanos, con los hermanos de tribu de Ma- Ti, los mataron?

– No señorita- Intervino el señor Anderson- la mayoría emigraron a la ciudad, ahora son obreros, panaderos, repartidores. Dejaron atrás su antiguo modo de vida para adaptarse a la ciudad- de repente, la puerta se abrió y un jovenzuelo rubio de ojos azules, entró en la habitación- ¡Steve!, ¿qué haces despierto?

– ¡Conociendo a los planetarios, papá! – dijo el niño sin poder contener su enorme felicidad- Me encontré a Airton en la puerta de salida y me contó que por fin habían encontrado a las personas que habías mandado buscar. Me dijo que una era una rubia neurótica que….

– ¡Steve!- reprendió el Señor Anderson, mientras Linka, sonrojada, se esmeraba en disimular su pena- no hables así de las visitas, las ofendes. ¡Perdone usted, señora Linka! El muchacho aún no aprende a medir sus palabras.

Aunque no era la primera vez que le hacían notar su carácter, era la primera vez que un muchacho tan joven se lo decía. Estaba acostumbrada a los insultos de los adultos en los juicios o a las ofensas de los empresarios en su contra por la campaña anti- radiación, pero no a que un niño le dijera ésas cosas. Tal vez si hubiera tenido hijos, habría vivido la experiencia antes, pero no, en los últimos treinta años de su vida, no había convivido con niños ni adolescentes.

– ¿Qué edad tienes niño?- preguntó Linka, en tono severo, para conservar su postura de adulto al que hay que respetar. No sabía si regañarlo, golpearlo o ser gentil, lo cual no se le daba. Así que decidió mostrarse como alguien digno de respeto, era una buena y neutral opción- Mi nombre es Lidiya Záitsev – Dudó por algún momento, ya que al no ser casada y no tener hijos, sería correcto llamarle señorita, pero finalmente eligió lo que le parecía un título más reverenciable- Señora Lidiya Záitsev, para ustedes.

– Disculpe usted Señora Linka, perdón, Señora Záitsev- dijo avergonzado el muchacho- Soy Steve Anderson, tengo 13 años, nací en Australia, pero mi padre nos trajo a mi mamá y hermanos aquí a Brasil, hace 10 años. Yo tengo el anillo que buscan… estoy muy emocionado por conocerles… mi nana Nanyí me ha contado muchas cosas de ustedes… – El muchacho era tan parlanchín como su padre, ciertamente desesperante.

– ¿Espera, espera… Tu nana Nanyí?- interrumpió Yi, desconcertada, pero a la vez feliz- ¿Quién es Nancy?- lanzó l pregunta al aire, esperando que alguno de los hombres le respondiera.

-Nanci Matiaz- resolvió inmediatamente el señor Anderson- es la niñera, ha estado con nosotros desde que llegamos a Río, es de por aquí. La semanas pasada, junto con el descubrimiento del anillo, vino otra gran revelación…

-Nanci Matiaz, es el nombre con el que registraron a Nan- Yi, la esposa, quiero decir viuda de Ma- Ti. Cuando se mudó a la ciudad-  Interrumpió Wheeler, para aclarar un poco las cosas- Verás que, al ser de una comunidad indígena, no tenía acta de nacimiento o algún otro documento para probar su identidad, así que tuvo que acudir “regularizar” su situación, para poder conseguir un empleo, una casa, cuenta de banco, todo lo que se requiere en ésta ciudad moderna. Ella dice que no le entendían gran cosa, sólo   “Nan- yi” y  “Ma- Ti” . Así que registraron en el acta: Nanci Matiaz.

– Pero se llama Nanyi- continuó el niño-  Habla muy raro, casi no le entiendo. Sabe poco inglés y algo de portugués, pero la mayor parte del tiempo habla en lo que ella llama “su lengua madre”. Con dibujos me explica cosas, me ha contado de su pueblo, que tuvo un novio que podía hablar con los animales que había aquí, de los Dioses de la naturaleza, de cómo las ciudades acaban con los bosques…

– Y no ha parado de reprochármelo los últimos 3 o 4 años- intervino el señor Anderson- Vaya que ha influido ésa mujer en la mente de éste joven…

– Yo quisiera que papá dejara de construir, que su empresa ya no cortara árboles.

– Ya no lo haré, se los juro señoras, que ahora que vi el poder del anillo, las historias de Nanci tienen sentido. Y quiero poner todo lo que esté a mi alcance para revivir a Gaia…

– Papá, Gaia no ha muerto, me habla cuando traigo puesto el anillo- dijo mostrando la tan añorada joya- era más grande cuando la encontré, no me quedaba, pero mágicamente se hizo más pequeño a mi tamaño.

Casi brotan las lágrimas de las mujeres que habían cruzado el Océano Atlántico para revivir a los planetarios, para el renacer del equipo. Treinta años después, el anillo estaba ahí, frente a sus ojos, definitivamente, ése era el anillo real.

– En cuanto me lo puse, sentí algo raro, era como si estuviera en una película, yo corría entre las ramas de los árboles, me dolía algo en la panza, el dolor me hizo caer, eso dolió aún más, sentí que me tronó algo en la espalda y ya no pude moverme, me sobé y después vi mis manos, eran pequeñas, peludas y tenía garras; en una de ellas llevaba el anillo; no sé por que, pero me dio por enterrarlo. Comencé a ver borroso mientras lo hacía y finalmente, todo se apagó. Se acabó el sueño.

– No fue un sueño, fue una visión- susurró Linka, conmovida.

– Eso fue lo último que vio Suchi. ¿Con que así murió, eh? Pobre monito- Yi apenas pudo contener sus lágrimas para terminar la frase.

 

Continuará…

 

Chaneke

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