Linka tomó ése mismo día el vuelo a Madrid con conexión a Sao Paolo, Brasil. Su trabajo como abogado independiente le permitía viajar cuando quisiera, puesto que no tenía un horario fijo; además disponía de solvencia económica y dado que no tenía familiares cercanos, no tenía nada que pudiese retrasarle. Había tenido una hermana mayor, Alexandra, de quien se distanció un tanto cuando era planetaria. En ésos años, no había nada más importante para ella. Supo que su hermana se había casado, pero al no poder tener hijos, su marido le pidió el divorcio. Alexandra volvió a la soltería, se repuso del golpe emocional y años más tarde se volvió a casar con un Vladimir, quien, al ser un padre divorciado, simplemente no deseaba tener más hijos, así que la esterilidad de su hermana no era ningún problema. Ambos murieron en un accidente automovilístico en 2010.
Siempre recordaba que su padre había muerto en el accidente nuclear de Chernobyl, en 1986, su madre 15 años más tarde a consecuencia de un cáncer de colon, que, aunque los médicos le aseguraron que era imposible que hubiera relación con la radiactividad a la que estuvo expuesto su padre, ella siempre lo sospechó.
Siempre creyó que, aunque la convivencia con su padre no era muy cercana, puesto que las visitaba semanalmente, debido a la gran distancia entre Chernobyl y su hogar en Moscú, ella siempre creyó que “algo malo viajaba” en el cuerpo de su padre y que ése algo, infectó a su madre. Ésa era su teoría: papá había contagiado a mamá de cáncer, al llevar partículas radiactivas consigo a casa. Por más que la mayoría de sus investigaciones personales en internet refutaban ésa idea.
“…todo empleado de una planta nuclear utiliza un equipo de protección herméticamente sellado y es sometido a un proceso de descontaminación al entrar y salir de las áreas de riesgo…”, ”… se realizan chequeos médicos periódicamente…” “ …en caso de que el dosímetro de algún empleado marque niveles elevados, debe aislarse al empleado por cierto tiempo…“. Esas eran las versiones oficiales que casi siempre leía. Pero también, algunas de las publicaciones científicas mas recientes, indicaban que existía una mínima posibilidad de que un trabajador expuesto a radiación, llevara pequeñas porciones de ésta a su casa, a su familia y que éstas pequeñas porciones, podían desencadenar alteraciones genómicas en ciertos grupos celulares.
Eso le sonaba a cáncer, ahora todo tenía sentido. “Todo empleado debe aislarse por cierto tiempo”. ¿Cuánto era “cierto tiempo”?. Papá no había tomado vacaciones en años, estaba muy comprometido con su trabajo en la planta, sabía que era ingeniero, una especie de científico eminente que tenía un puesto muy importante y nunca permitió que Linka mandara a revisar su dosímetro.
-¿Tu que sabes de radiación y esas cosas?- Le decía.
-Papá, tengo 17 años, me encanta la física como a ti y sabes que he leído suficiente de ciencia como para obtener la beca universitaria que tanto queremos. Y sé que deben revisar tu dosímetro de vez en cuando.
-Y lo hacen linda, en la planta lo revisan- Contestaba su padre.
-Si todo está bien Papá, deja que lo lleve a revisar a algún lado.
-¿Y a dónde sería, conoces algún lugar donde hagan eso aquí en Moscú?. Ése tipo de evaluaciones las realizan solamente en laboratorios especializados, bajo ciertos protocolos. No puedes simplemente, llegar con un dosímetro en la mano y pedir que te lo revisen. Gracias por preocuparte linda, pero no hay razón para temer.
Casi siempre terminaban así sus discusiones, Linka nunca pudo llevar el dosímetro a un laboratorio, porque el día que intentó tomarlo sin permiso, descubrió que su padre no lo había llevado a casa, es más, hizo memoria y recordó que semanas atrás había notado que su padre no llevaba la bata del uniforme de la planta a la casa. Era como si estuviera ocultando evidencia. Un par de meses después de eso, ocurrió el accidente.
Más de treinta años después, en la soledad de ése vuelo transatlántico nocturno, las mismas ideas revoloteaban en su mente. Tal vez también Alexandra había sido víctima de la radiación que papá llevaba a casa, por eso era estéril. ¿Qué habría pasado si le hubiera dado sobrinos? ¿querrían a una “Tía Linka” que siempre andaba lejos de casa, haciendo quien sabe qué cosas? ¿Les contaría alguna vez que tenía un anillo mágico con el cual controlaba el viento y pertenecía a un grupo de guerreros ambientales? Ella suponía que los niños no podrían guardar su secreto, digo, siendo un poder tan genial, ¿Por qué no contárselo al mundo?. Definitivamente, serían los niños sus delatores, por esto decidió no tener hijos. Por eso jamás se casó.
Solamente su madre llegó a conocer ésa parte de su vida y le ayudó a mantener el anonimato. Alexandra estaba distante y su padre, muerto.
-¿Por qué no regresan hija, porque no se vuelven a reunir?
-Es complicado, mamá. Sin el Capitán Planeta, no funcionamos.
-Si los demás se han marchado, ¿Por qué no continuar tú sola?
-Porque eso sería exponernos a ambas, recuerda que por eso mataron a Ma-Ti. ¿Recuerdas?
Recordar…¿A eso venía a éste viaje, a recordar?. Recordar lo que había sido su vida de planetaria, heroína anónima, sin mérito. ¿Venía por una segunda oportunidad, un reencuentro con el destino, una revancha?. Sí, por eso había venido.
“… espérame en Río. Llegaré el domingo.” Era un mensaje de Yi. Fue lo primero que leyó, cuando encendió su celular al aterrizar en Sao Paolo, al amanecer, luego de que el capitán del avión anunció que podían hacerlo, ya que el viaje había concluido exitosamente. Durante el día viajaría por tierra a Río de Janeiro y ahí la esperaría. Aún faltaban 3 días. No sabía que haría mientras esperaba, tal vez recorrería la ciudad, ¿debería comenzar a buscar al nuevo planetario o esperar a los demás? ¿Qué le esperaba en Río?
Continuará…
Chaneke Verde.
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