roberto cienfuegos

Lo que escenificó el miércoles el presidente Andrés Manuel López Obrador dejó ver, una vez más, su naturaleza de dejarse ver como un redentor, un redentor en Palacio Nacional.

Seguramente le encanta, en su fuero íntimo, que se le llame “el mesías tropical”, según la descripción hecha por Enrique Krauze, uno de sus críticos más sólidos. ¡Vaya ironías! Prácticamente como lo hizo Jesús, López Obrador resucitó al tercer día de su tercer contagio de Covid-19. ¡Albricias! Casi como por arte de birlibirloque, el hombre se hizo carne en un mensaje que de nueva cuenta y fiel a su estilo lo recoloca en el centro del corazón de México y pone contra las cuerdas a sus adversarios, en particular a periodistas e intelectuales que, según el mandatario, lo adversan de manera calumniosa.

Adán Augusto López Hernández, el secretario de Gobernación que aspira a la candidatura presidencial de Morena, anunció de hecho que el mandatario aparecería, un concepto cargado de misterio y aun de religiosidad. Antes de preferir el uso de otra u otras palabras, dijo que López Obrador “aparecería”. Quizá le faltó agregar “como caído del cielo” y al tercer día según establecen las sagradas escrituras. Habría sido un colmo, claro, quizá por eso se abstuvo de traspasar ese límite, pero no el sentido de la “aparición” inminente y anunciada.

Así y para que se consumara esa “aparición”, Adán Augusto pidió “paciencia, paciencia” a los reporteros que preguntaban sobre por qué López Obrador no había dado ningún mensaje a los gobernadores de Morena que se reunieron el miércoles en horas de la mañana en Palacio Nacional. “Paciencia, paciencia”, repitió Adán Augusto, quien seguramente estaba ya enterado de lo que ocurriría en Palacio Nacional unas horas después y que preparaba de esta manera el escenario para la reaparición o “aparición” triunfal del jefe del Ejecutivo Federal. Todo un manejo político con visos prácticamente religiosos, de esos en los que la racionalidad y aún la institucionalidad de la investidura presidencial queda asociada a la figura casi mítica de un hombre providencial, que resurge prácticamente de su pregonado lecho de muerte para fustigar -porque no puede ni le interesa hacer otra cosa- a sus adversarios, a aquellos que lo odian y que como dijo quisieran que desapareciera.

Más todavía, López Obrador se mostró misericordioso con aquellos que lo odian, al decir: “Me producen sentimientos de afecto porque los considero muy desprovistos de buenos sentimientos, los veo muy solos, muy vacíos, con mucho odio, no deberían pensar así. No hay que desear el mal a nadie. Hay que aplicar el principio del amor al prójimo”. De esta forma, Él -sí con mayúsculas- se vuelve a presentar como el Hombre Bueno y generoso que se conduele del prójimo, necesariamente malo, perverso, ruin, y Él queda muy por encima de quienes le desean hasta la muerte. Ese fue el mensaje y para ello también aprovechó la escenografía de la habitación, denominada “Intendencia de la Traición”, remodelada claro y donde -dijo- fueron confinados nada menos que el presidente Francisco I. Madero, y el vicepresidente José María Pino Suárez, éste último -además y por si fuera poco- su paisano, de Tenosique, Tabasco.

No hay ni hubo casualidad alguna en la exaltación con fines absolutamente políticos y/o mediáticos que el presidente López Obrador hizo de las figuras de Madero y Pino Suárez. Recordó que a Madero se le conoce como “El Apóstol de la Democracia”, que fue víctima -dijo- de una pandilla de rufianes, casi como Él lo es ahora. A Pino Suárez lo llamó “caballero de la lealtad” y recordó cómo de ese sitio los sacaron por órdenes de (Victoriano) Huerta para asesinar a los dos “de manera cobarde”.

López Obrador volvió a lo suyo, a desacreditar a la prensa, la misma que lo critica no pocas veces con fundamentos racionales y comprobables, al recordar que Madero padeció mucho de “la prensa calumniosa”.

Pero no sólo a prensa. También a los intelectuales de la época de Madero y Pino Suárez. Dijo que casi todos los periodistas e intelectuales “se volvieron huertistas”.

Si acaso, matizó, “muy pocos -periodistas e intelectuales- se mantuvieron muy leales al presidente Madero, que -faltaba más, dijo- fue un hombre excepcional, un verdadero demócrata”, que -claro- “resistió una campaña de desprestigio de parte de toda la prensa de entonces, al grado que lo llamaron loco, espiritista, pigmeo, lo ofendieron mucho, como también ofendieron a Hidalgo en su momento, al padre de nuestra patria”, y como correlato lógico e insinuante lo han hecho en su contra.

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Culpó -por supuesto- a “los conservadores que son gente de malas entrañas, que siempre andan deseando el mal a otros”. Esto, a diferencia claro de Él y sus correligionarios, sus seguidores absolutos, su feligresía fiel, los mismos que están del lado correcto de la historia, al frente de una transformación histórica y pacífica, eso sí, lo cual tiene muchos más méritos comparadas con las tres anteriores transformaciones, todas ellas -sobra decirlo- violentas y aún sangrientas.

Y no sólo fueron Madero, Pino Suárez e Hidalgo, dijo, “lo mismo padeció Morelos y luego Juárez que fue tratado de manera racista, el mejor presidente de México”.

Culpó, por supuesto, a “los oligarcas”, los que se opusieron a la expropiación petrolera, que no les afectaba en nada porque el petróleo estaba en manos de extranjeros. Tampoco les gustó que se repartiera la tierra ni la educación y ahora que me he vuelto a enfermar -claro- llama mucho la atención el odio de algunas personas que quisieran que yo despareciera, pero no deben actuar de esa manera, aconsejó como haría un sacerdote, el vicario de Cristo y como hace Él mismo, que sólo es magnanimidad y pureza.

El presidente también aprovechó su “aparición”, tan repentina e inesperada como suele ocurrir con los seres iluminados, para hablar un poco de las cosas terrenas, esas que atrapan la vida cotidiana de la mayoría de las personas ordinarias.

Aseguró que la economía sigue creciendo, lo mismo que los empleos, el peso se fortalece como nunca en los últimos 40 o 50 años, los programas del bienestar operan con solvencia, la inseguridad retrocede, la inflación baja. En fin, presentó un balance en estas materias que según él hace que estemos bien y de buenas, esto pese a los oligarcas, la prensa calumniosa, los intelectuales conservadores y, en fin, a la gente de malas entrañas  a las que Él combate de manera incansable y aun desde el lecho de su enfermedad -sigue trabajando, dijo-  gracias al Creador y a sus deseos de vivir que le permitirán concluir su mandato, y hacer todavía muchas cosas, bellas cosas para el beneficio de “nuestro querido pueblo de México”. Y por si hiciera falta algo, dijo que la plática del miércoles se las dedicaba a quienes se han adelantado en el camino.

@RoCienfuegos1