El presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO) dijo que el 1° de diciembre, cuando se cumplen tres años de su toma de posesión, se realizará una fiesta cívica y combativa en el Zócalo “democrático” de la ciudad de México.
“Vamos a congregarnos, para no perder la costumbre, en el Zócalo democrático de la Ciudad de México. Nos vemos el 1º de diciembre a las 5 de la tarde”, se lee en un mensaje que subió a sus redes sociales acompañado de un video de 2 minutos y 41 segundos.
Desde su oficina en Palacio Nacional, aseveró que cumple tres años de luchar para que se viva en un país más justo, soberano, democrático e igualitario. El primer mandatario argumentó que invita a que: “nos acompañen, será una fiesta cívica y además combativa, cumplimos tres años de estar luchando, enfrentando adversidades para lograr el propósito de transformar al país, acabar con la corrupción y que vivamos en un país más justo, más libre, más soberano, más democrático, más igualitario, entonces nos vemos el día 1° de diciembre en el Zócalo de la ciudad de México a las 17:00 horas”.
En México es sin duda la figura del Presidente (la mítica, no la histórica) la que inhibe y desgañita a tiros y troyanos. Es la imagen del padre, ese que supuestamente dictó la ley, la que lanza nuestros actos reflejos a una desesperada y patética repetición. En términos prácticos, sin presidente no imaginamos la política, al menos no la que importa; desdeñosamente solemos llamar grilla a todo lo demás.
Sin duda las pulsiones del presidente por comparecer, informar, defender, alegar, censurar, descalificar y un largo etcétera; y al mismo tiempo una aclimatación instantánea de las conferencias de prensa mañaneras en los modos informativos y en el debate público, como si tales conferencias fueran, en realidad, una institución. La sociedad mexicana está preparada para gobiernos en formatos en los cuales el argumento y el contraargumento sean insumos, piezas en el arte de persuadir, convencer y rectificar.
Las palabras y los discursos importan, lo cual es una mala noticia para las manías gerenciales de las tecnocracias. Pero las palabras sirven no de la misma forma y con la misma eficacia. Se habla de una manera ante los medios; de otra ante los adversarios constituidos. Los interlocutores del presidente son los medios. Por una serie de razones vinculadas a su economía política, los medios mexicanos están especialmente mal preparados para una cara a cara diario con el presidente; de todos modos, doctrinalmente, es una sinrazón.
Este 1° de diciembre dictará agenda, como suele hacerlo el presidente, a todos los mexicanos sean estos de oposición o arduos seguidores del movimiento que encabeza. Es una era interesante de reflexionar hasta donde tenemos un presidente que conoce a los medios masivos de comunicación y sabe ocuparlos sin desdeñarlos muy por el contrario son su plataforma de gobierno.
¿Tú lo crees?…. Yo también.