El placer de asesinar

Es innegable que los asesinos en serie son fascinantes en su abyecta y aterradora maldad, pero no todos son iguales: hay los que matan por simple y extrema crueldad, mientras que otros lo hacen siguiendo un credo o una ideología. Esta es apenas una muestra  de tales seres monstruosos con los que es aconsejable no cruzarse nunca. 

Naturalmente, el común de los mortales no piensa en el asesinato como un tropiezo trivial o una frívola tentación, pero a lo largo de la historia han sido numerosos los casos de personas que no han podido sustraerse a la poderosa atracción que ejerce sobre ellos el hecho de arrebatar la vida a otro humano, a veces con inusitada crueldad.   

Un asesino serial puede ser cualquier persona. Un vecino encantador y hombre ejemplar, como John Wayne Gacy, hasta que se descubrió que mató a 33 jóvenes, convirtiéndose en el «payaso asesino»; un viejito inofensivo como Albert Fish, que se convirtió en el «abuelo caníbal», al salir a la luz sus más de 100 asesinatos; un brillante universitario, con 27 mujeres asesinadas en su historial, como Ted Bundy. O una bella condesa, que mataba para mantenerse joven con la sangre de sus víctimas, como Erzsébet Bathory, que se dice, asesinó a más de 600 doncellas. Otros más astutos que la policía, como el «asesino del zodiaco», de quien nunca se tuvo pista de quien fue, ni siquiera, si sigue vivo.

En México, han existido criminales que conmocionaron a la sociedad como: «Las Poquianchis», «La tamalera asesina», «La Mata viejitas», «El caníbal de la Guerrero» y recientemente el “feminicida serial de Atizapán”.

Sin embargo, existen características específicas para que a alguien le sea otorgado el mote de «asesino serial». Robert Ressler inventó el término que sería aplicado para personas que cometen asesinatos de manera casi idéntica, sin motivo aparente y con un periodo de tiempo entre cada víctima. 

El Dr. Joel Norris y Jonathan Pincus agregan además, piromanía, crueldad excesiva con los animales, enuresis (incapacidad para controlar la orina), madres dominantes, daños neurológicos e inteligencia arriba del promedio.

Por definición entonces, ninguno de los criminales mexicanos antes mencionados, se considera un asesino serial. Pero sí lo fue un hombre: Gregorio «Goyo» Cárdenas, el «estrangulador de Tacuba».

“Goyo” nació en 1915 y creció acompañado de conflictos con su madre. A pesar de ello, fue un destacado estudiante de Ciencias Químicas de la Universidad Nacional y gracias a una beca otorgada por PEMEX, pudo independizarse y rentar un lugar para vivir en el centro histórico de la ciudad de México, en Mar del Norte 20, Tacuba. Su modus operandi era recoger prostitutas, llevarlas a su casa en Tacuba y estrangularlas con una soga, para después enterrarlas en su jardín. 

“Goyo” Cárdenas pasó 34 años en el Palacio Negro de Lecumberri (a excepción de un pequeño lapso en el que estuvo internado en el Manicomio La Castañeda), tiempo que aprovechó para estudiar Derecho, tocar el órgano, pintar, devorar libros sobre trastornos mentales y escribir otros tantos como Celda 16, Pabellón de locos, Una mente turbulenta y Adiós a Lecumberri.

El Dr. Alfonso Quiroz Cuarón, padre de la criminología mexicana, llevó el caso de “Goyo” Cárdenas y determinó que su condición de asesino se desarrolló a causa de una encefalitis en su niñez, misma que ocasionó una infección en el sistema nervioso central, destruyendo tejido no reproducible. En su libro “El caso del estrangulador”, relata la historia de “Goyo”. Cuenta que desde joven gustaba de torturar y matar pollos y conejos, que padecía de enuresis, así como la relación enfermiza con Vicenta Hernández, su madre.

“Goyo” Cárdenas quedó en libertad el 8 de septiembre de 1976 y ¿qué tan común es ver a un asesino serial homenajeado por el Congreso de la Unión? Pues “Goyo”, increíblemente, fue ovacionado por la Cámara de Diputados por ser un ejemplo de recuperación y sinónimo de rehabilitación social; sin duda esto solo ocurre en México increíblemente. 

En las últimas décadas del siglo XX, se le hicieron canciones, estampas e historietas. Películas inspiradas en él, como “El profeta Mimí” de José Estrada en 1973; el cortometraje “El estrangulador de Nativitas”, con Ari Telch, como “Goyo”. 

Y una obra de teatro de Víctor Hugo Rascón Banda, llamada “El criminal de Tacuba”. «El estrangulador de Tacuba» murió el 02 de agosto de 1999 y en 2003, se hizo el documental “Goyo”.

No cabe duda el reflejo de una sociedad decadente y sanguinaria se materializa en personajes tan peculiares y multifacéticos que nos invitan a realizar un análisis consciente y profundo acerca de nuestra condición humana tan desorbitada y maligna. 

Porque no es chisme… ¡es historia!, ¿Tú lo crees?… yo también.