Las fiestas decembrinas son unas de las más esperadas celebraciones durante el año, por ser garantes de felicidad, amor, paz, regalos, comida, etc… llegando el mes de diciembre y prácticamente ya se sabe que la familiaridad con que se llevan a cabo estas fiestas y los festejos son signo de bienaventuranzas.
En México, las fiestas decembrinas no son la excepción y con una particular felicidad mexicana se celebran aún más, de forma simbólica y como siempre llenas de algarabía y alegría ¿Pero de donde surge el icono que todos conocemos como árbol de navidad?, ¿Cómo llego hasta nuestro país?
El origen de la tradición del árbol de navidad, que ahora conocemos, se remonta a principios del siglo XVII, en Alemania; aunque ya antes los antiguos habitantes de Europa colocaban manzanas y otros frutos sobre algunos árboles como rito para recibir la primavera y honrar a dioses como Frey, señor del sol y la fertilidad.
Esta tradición pagana fue evolucionando hasta que a mediados del siglo XIX, la iglesia católica aceptó el “árbol de Cristo”, como parte de las costumbres de Navidad que convivían con el tradicional Belén o Pesebre.
Una de las versiones de cómo llegó el árbol de Navidad a México, cuenta que se le vio por primera vez cuando en el Palacio Imperial de Chapultepec amaneció emperifollado con la brillante novedad traída directamente de Europa por orden de Maximiliano de Habsburgo, recién llegado Emperador en 1864, quien arribó a costas mexicanas el 28 de mayo de 1864, para instalarse en el castillo de Chapultepec luego de haber rechazado palacio Nacional como residencia oficial debido a las chinches.
La decoración del árbol de navidad causó tal furor que la aristocracia mexicana la adoptó de inmediato, desplazando temporalmente a los nacimientos de su protagonismo navideño. Y es que, desde su llegada a México, los “divinos” Maximiliano y Carlota se imponían en moda y normas ante la sociedad mexicana.
Al año siguiente, en 1865, los mismos emperadores casi “cancelan” la navidad al proclamar el 24 de diciembre día de luto nacional por la muerte del padre de Carlota, el rey de Bélgica,
Leopoldo I, pero los únicos que guardaron el protocolo que ordenaba el ceremonial de la corte fueron los conservadores.
Cuando Maximiliano fue fusilado, se desprestigiaron las costumbres fomentadas bajo el imperio y su corte, así que el árbol de Navidad cayó en desuso.
Sin embargo, en 1878, el general Miguel Negrete, considerado el mayor enemigo político de Porfirio Díaz y ministro de guerra durante la presidencia de Benito Juárez, retomó la tradición del árbol, luego de quedar muy impresionado por los árboles que conoció durante sus viajes a Europa y Estados Unidos.
Instaló un árbol navideño en su casa descrito así por la prensa:
“el árbol sembrado de luces, cubierto de heno, extendía sus ramas a una gran distancia, y contenía como 250 juguetes, entre los que cada invitado tenía derecho a elegir uno designado por un número que de antemano se repartió; los objetos consistían en juguetes de muy buen gusto y aún de lujo”.
Y hasta nuestros días este icono navideño decora las casas, lleno de luces de colores, regalos y sobre todo buenos deseos que son recordados a diario por las personas de buen corazón. La celebración de navidad y año nuevo es, quizá, una de la más esperada del año por chicos y grandes.
Bueno, no se diga más a poner el árbol de navidad para llenar de felicidad, paz y amor nuestros hogares.
¿Tú lo crees?… Sí, yo también.