El día que México perdió la mitad de su territorio debe estar siempre presente en la memoria de los mexicanos, y, hoy que Donald Trump amenaza con una nueva invasión no debe tomarse a sorna; considero que la amenaza tiene visos de realidad, sobre todo si reflexionamos que EE.UU. está perdiendo su hegemonía mundial, que el otrora país más poderoso del mundo está siendo rebasado, en el ámbito económico por China y en el militar por Rusia; la caída en el crecimiento de la economía mundial y su declive económico interno, entre otros, revelan los límites del dominio universal; en el contexto global se hace cada vez más visible que el capitalismo está incubando una crisis de enormes dimensiones, está en decadencia. Así, el imperio gringo se encuentra tocado y está buscando hacer todo lo posible por mantener su supremacía y sumar poder.
También debemos tener presente que las guerras mundiales que ha sufrido la humanidad, son guerras imperialistas, es decir, “de conquista, de bandidaje y rapiña”, y que las invasiones militares emprendidas por Estados Unidos contra incontables países débiles (Afganistán, Irak, Libia, Siria, etc.) con argumentos falsos como “la defensa de la democracia o los derechos humanos”, han dejado a esas naciones totalmente destruidas, y como secuela centenares de miles de víctimas mortales y bajo el completo dominio de la bota imperialista.
En los días que corren, el peligro se cierne sobre nuestra patria. Bajo el disfraz de la “lucha contra el narcotráfico” y de contención a los migrantes, Donald Trump amenaza con enviar tropas estadounidenses a nuestro país.
A 177 años de la costosa guerra que enfrentó México con la invasión estadounidense, donde perdimos la mitad del territorio: la totalidad de lo que hoy son los estados de California, Nevada, Utah, Nuevo México, Texas, Colorado, Arizona y partes de Wyoming, Kansas y Oklahoma, la historia parece querer repetirse. “México fue obligado a ceder a Estados Unidos 2,400,000 kilómetros cuadrados –poco más de la mitad de su territorio- a cambio de 15 millones de pesos. Pero las tropas de ocupación no abandonaron la ciudad en esa fecha (febrero de 1848): el canje de ratificación tardó en llegar y no fue sino hasta el 12 de junio de 1848 cuando los norteamericanos abandonaron la capital de México. Y como la historia y las guerras de conquista de EE. UU., nos demuestran que sus deseos expansionistas son más que evidentes, debemos poner atención a las amenazas del presidente electo de los Estados Unidos.
También debemos prestar atención a las peligrosas ideas proyanquis que bullen en la cabeza de muchos mexicanos del norte y noroeste del país, quienes consideran que, para ellos, los habitantes de esas regiones, es mejor convertirse en ciudadanos estadounidenses, pues así tendrían mayor bienestar para sus familias: mejores salarios, mejor educación y salud, y quizás algunos piensen que hasta mayor seguridad y vivienda. Pero olvidan que los dueños de Estados Unidos y su presidente quieren a México, su territorio, el petróleo, sus playas y bosques, sus minas, sus depósitos de agua dulce, en fin, todas las riquezas naturales, pero no quieren a México con sus habitantes, no a los mexicanos. Para ellos los mexicanos somos una raza inferior, además de delincuentes, narcotraficantes, asesinos, violadores y cuanta lindeza se les ocurra a los gringos y sus patrones. Ellos quieren el país entero, como Hitler quería el planeta completo, solamente con la raza alemana, considerada por él como superior; los demás habitantes del planeta, a los hornos crematorios.
Igualmente peligrosas son las versiones o propuestas de “independizarse” que corren en Nuevo León, alentadas fundamentalmente por empresarios y personajes de la ultraderecha de esa entidad: “…los estados del Norte de México, como Nuevo León, Baja California, Sonora y Tamaulipas, deberían separarse del resto del país debido a las diferencias culturales y económicas que tienen con el centro y el sur de México. Afirman que los estados del sur y del centro presentan un retraso económico significativo y que hay una distribución desigual del gasto público, con fondos que se despilfarran en el centro en lugar de ser utilizados donde, según ellos, se necesita más: en el norte”. Con estos argumentos promueven la separación del resto del territorio mexicano, sin ponerse a pensar que una nación pequeña, débil y sin un ejército numeroso y bien entrenado es presa fácil de la voracidad imperialista; así estarían en mayor peligro “los separatistas” y el resto de los mexicanos.
Las pretensiones históricas de dominación de Estados Unidos sobre la región latinoamericana y caribeña han sido parte consustancial a su proyecto como nación. En fecha tan temprana como 1823 fue proclamada la denominada Doctrina Monroe: “América para los americanos”, base de su hegemonía sobre todo el continente, que con sus variantes y de forma más abierta o encubierta ha estado presente desde entonces. Debemos tener claro que lo que hoy está en juego en el sistema mundial es la hegemonía; EE. UU. se encuentra a la defensiva, amenazado por varias circunstancias, entre ellas, junto a una profunda recesión con elevado desempleo, sufre la descomposición de su pueblo, inmerso en las drogas y la casi inevitable derrota de su guerra en Ucrania. Estamos viviendo, como bien se afirmó, unos dicen que por el revolucionario italiano Antonio Gramsci y otros por el dramaturgo alemán Bertolt Brecht: “Lo viejo no acaba de morir, lo nuevo no acaba de nacer; y en ese claroscuro aparecen los monstruos”.
Así que la tarea que tenemos los mexicanos para defender nuestro país, nuestra patria no es menor; recordemos que este pedazo de planeta donde vivimos es el único que tenemos, nadie nos dará cobijo fraterno en tierra extraña, menos en tierras imperialistas. O ¿nos defenderá la 4T, que no cuenta con fuerza social ni con una fuerza militar suficientemente preparada, pues como sabemos, ahora se ocupa al ejército en construir obras, el tren maya, repartir vacunas, etc., menos en su función principal?