De nueva cuenta, pero de manera singular esta vez, el Aeropuerto Internacional “Felipe Ángeles”, inaugurado el lunes 21 de marzo en el municipio mexiquense de Zumpango, resume con una diafanidad absoluta, total, el cisma mexicano, un fenómeno que si mal puede encontrarse por muy diversas causas en las raíces profundas de la mexicanidad, se expresa con una fuerza inusitada en el México contemporáneo.
Véase si no. Para un sector -que será mejor no identificar ni precisar porque agudizaría el cisma del país-, el AIFA constituye una obra espectacular, hecha en tiempo récord, la mayor hasta ahora en este siglo, portentosa, síntesis o esencia de la Cuarta Transformación, reflejo contundente de la palabra y el compromiso cumplidos, entre otras muchas expresiones panegíricas si se quiere; para otro sector, la nueva instalación aeroportuaria constituye el capricho excelso del presidente López Obrador, un futuro elefante blanco, un absoluto fracaso, un derroche de recursos y una ridiculez total que será inviable. Hay muchas más expresiones de este tipo en uno y en otro bando, pero las dejamos hasta aquí..
Si, claro, de ambos sectores, partícipes de un encono histórico, podría alargarse la lista de señalamientos y aun “argumentos” en favor y en contra. Nadie cede en esta guerra, tampoco se reconoce nada bueno de uno o del otro y mucho menos se examinan de una manera racional los puntos de unos y otros. Se está en contra o se está a favor del AIFA, nada de medias tintas. Es la lealtad ciega o el rechazo igualmente ciego, casi irracional. El ejercicio de una policromática razonable resulta entonces imposible. Nadie da tregua y mucho menos tiende un puente de diálogo y/o entendimiento. Eso claro siempre es más complejo en sí mismo que la construcción de un nuevo AIFA, lo que a la luz de la experiencia sería infinitamente más simple, sencillo y posible. Pero mirar, analizar y ponderar en forma más o menos objetiva y aún razonable, es cuesta arriba, una tarea imposible podría decirse sin margen de error alguno.
Lamentable, y más aún, peligroso, este tipo de cisma en un país como México, más urgido que nunca de entendimiento, raciocinio, y ponderación. Pero estas conductas, útiles en la construcción de acuerdos y garantes de una gobernabilidad exitosa, no encuentran espacio hoy día en nuestro país. México vive un cisma profundo, causado por uno y otro bando o sector. ¿Qué beneficio tendremos al final? No veo ninguno. El país se hunde en una hendidura o grieta nacional cada vez mayor para desgracia de unos y de otros. Nadie saldrá bien librado de este enfoque parcial, de este mirar sesgado, de esta obsesión nacional por la confrontación y el carambazo, por no llamar esto último con el concepto coloquial más conocido que nos distingue mexicanos. Estas prácticas de cañoneo cotidiano, permanente y perverso, terminarán, estoy cierto, por devorarnos a todos, a villanos y verdugos, a víctimas y victimarios, a los constructores y/o destructores, a los fifis y los chairos. El país se tornará cada vez más inviable porque nadie podrá erigirse en el gran triunfador en medio de un panteón ni convertirse en el héroe nacional de un país desolado por la diatriba y el rencor.
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