Contrariamente a lo que esperaba Victoriano Huerta, la muerte de Madero no calmó las pasiones, al contrario, las desató. Ante los ojos del pueblo, la imagen del presidente asesinado alcanzó la santidad. Se hizo costumbre que la gente acudiera al cementerio a depositar sus ofrendas. Paradójico resultaba observar el sepulcro lleno de vida.
La muerte nunca tuvo poder sobre esos dominios. Un retrato de don Francisco presidía el lugar. Inspirado en su mirada amable y llena de luz, el pueblo mezcló la devoción con la realidad y en las conversaciones comenzó a escucharse una palabra que era, al mismo tiempo, una profecía: “resurrección”.
“Todos los días –escribió Armando González Garza- van en peregrinación a la tumba de los mártires, centenares de gentes, predominando las humildes, a dejar flores y regar con lágrimas aquella ya santificada tierra. Además de flores coronas, cruces, muchos dejan pensamientos escritos que alguien está coleccionando.”
El sepulcro de Madero adquirió un nuevo sentido: se convirtió en el bastión moral y político de la resistencia contra la nueva dictadura. Frente a él, los ánimos se exaltaban. Se llegó a decir que los guardias presidenciales conspiraban para asesinar a Huerta y habían jurado ante la tumba de Madero no descansar hasta vengar su muerte.
Se acercaba la semana santa de 1913 y las peregrinaciones a la célebre tumba aumentaban. “Por más que hacen los enemigos y la prensa –continúa González Garza- no se puede desarraigar la creencia de que [Madero y Pino Suárez] fueron inicuamente asesinados… el amor, gratitud y veneración hacia esos mártires crecen día a día, para el Domingo de Resurrección se organiza una gran manifestación de unas mil damas. Se cree que por tratarse del bello sexo no la disolverán, pues las manifestaciones de obreros y gente humilde las han disuelto a caballazos y machetazos”.
Las expectativas crecían y entre el pueblo se esperaba el milagro de la resurrección. Con la semana mayor a unos días, el desolador ambiente que reinaba en la ciudad de México desde febrero parecía desaparecer ante la fe popular.
A mediados de marzo, entre los adeptos al espiritismo corrió la buena nueva de que el espíritu de don Francisco se había manifestado en varios círculos:
“Ya desencarnado, no ha olvidado a su Patria… en todas sus comunicaciones se encuentra, como tema principal, su perdón noble y grande para los que cortaron esa existencia tan valiosa y que ofrecía tantas promesas para nuestra hermosa causa.
Encarece con tanta energía como ternura que enviemos poderosos pensamientos de luz y amor para esos seres; que nos abstengamos de lanzar vibraciones de odio que repercutirían sobre nuestros hermanos todos, que la mejor manera de evitar estéril derramamiento de sangre, es enviar pensamientos de luz para esos pobres seres ofuscados, que son más dignos de lástima que de odio”.
Según los rumores, Madero debía levantarse de entre los muertos el 23 de marzo de 1913. La fecha era significativa: se cumplía un mes exacto de su asesinato; sería domingo y en todos los rincones del país los creyentes preparaban las celebraciones para conmemorar la resurrección de Cristo.
A oídos de Victoriano Huerta llegaron noticias, comentarios y rumores sobre la resurrección de Madero y la devoción desatada por el ex presidente muerto. Estalló en cólera al escuchar “semejantes estupideces”. No creía desde luego en la resurrección. Su ira provenía sobre todo al enterarse que “a los ojos del pueblo no era posible diferenciar a Judas Iscariote de Huerta”. En un momento de lucidez –generalmente se encontraba alcoholizado- ordenó redoblar la vigilancia en el panteón francés y sus alrededores, prohibiendo incluso manifestaciones multitudinarias frente al sepulcro del mártir.
Se acercaba el gran día. El sábado de Gloria –22 de marzo-, al cumplirse un mes del asesinato de Madero, cientos de personas desfilaron frente a su tumba. Un grupo de estudiantes coahuilenses colocaron una hermosa corona de pensamientos y siemprevivas en la tumba de don Francisco. Poco después arribó un destacamento de soldados que a partir de ese momento impidió la entrada al cementerio. La razón era por demás evidente: Huerta “temía que sacaran el cadáver y luego se dijera que Madero… había resucitado”.
Quizá el traidor de Victoriano no pudo conciliar el sueño la noche en que se cumplía un mes de los asesinatos. Por la mañana del domingo, uno de sus esbirros le informó que el panteón se encontraba “sin novedad”. Respiró tranquilamente. Con la certeza de que Madero descansaba en paz, ordenó disminuir la vigilancia en el cementerio. El día entero hubo peregrinaciones hasta la última morada del apóstol. Obreros, mujeres y niños pasaron lista ante el sepulcro. “Las coronas son tantas –escribió González Garza- que forman el más grande y bello de todos los monumentos que allí hay”.
El sol se puso el domingo de Resurrección de 1913. Al caer la noche se respiraba paz; como si Madero hubiese realmente regresado de entre los muertos para restaurar la libertad de la Patria. Ese día, “los espíritus” abrieron una luz de esperanza para la república. La “resurrección” de Madero era un acto de fe, personal. Huerta lo desestimó. Desde el “más allá” el espíritu de Madero sonrió complacido. Ciertamente había resucitado en la conciencia nacional: tres días después estalló furiosa, la revolución constitucionalista.