Podría parecer altamente temerario lanzar la hipótesis de que la democracia en Estados Unidos está en peligro, y sin embargo, es un hecho que lo está.
Sin asomo de duda que las líneas y las trayectorias planteadas en la política estadunidense ya están claramente trazadas.
El inquietante punto deriva de la urdimbre del ex inquilino de la Casa Blanca, Donald Trump, que no ha dejado ni por un segundo de gritar a los cuatro vientos que las elecciones presidenciales de 2020 fueron un fraude, que los resultados son falsos y que le robaron el triunfo, lo cual es una mentira palmaria y descarada donde la haya.
Y si fuera únicamente Trump quien difunde esta mentira, la cosa no sería tan grave, pero lamentable y trágicamente cuenta con varios megáfonos potentísimos entre medios de difusión, que a su vez le llevan ese mensaje falso a decenas de millones de personas en Estados Unidos. La mentira pesa, ni duda hay, y cada vez se echa mayor mano de ella. Tampoco hay duda.
Además, y lamentablemente también, hay una cantidad considerable de integrantes del gobierno federal y sus dependencias (como el jefe del Servicio Postal, por ejemplo), así como diputados y senadores, gobernadores de estados, secretarios de estados, jueces federales y estatales, y siga usted contando, que comparten plenamente esa mentira.
El partido Republicano, hoy de oposición, está moviendo sus piezas estratégicamente en el tablero con el fin de crear una situación que le permita darle una pátina de legalidad al robo de los comicios presidenciales en 2024, y está actuando en varios frentes de manera simultánea.
Vea, por un lado, en varios estados (al menos una veintena) están promulgando leyes, resoluciones y reglas concebidas específicamente para privar a minorías raciales y a sectores de vocación democrática del derecho al voto, o entorpecerles el acto comicial tanto como sea humanamente posible. Un ejemplo de ello es la eliminación de centros de votación en zonas de mayorías demócratas o pobladas mayoritariamente por personas pertenecientes a minorías raciales. Otra es la exclusión selectiva de votantes de los registros de votantes de los estados. Esto no es algo nuevo y se hizo mucho antes de las elecciones anteriores. Otra cosa que están haciendo es redibujar los linderos de las circunscripciones electorales de tal manera de asegurar una mayoría en toda elección. La idea es asegurar la victoria en las urnas y la perpetuación en el poder, incluso sin tener una mayoría.
Lo segundo que están haciendo es instalar en cargos estratégicos relacionados con la organización de elecciones a personas que han jurado lealtad ciega a Trump, quien ya está más que claro que se va a postular como candidato de su partido. Quiero repetir esto: esas personas han jurado lealtad no a la Constitución y al estado de derecho, sino a su caudillo. Un ejemplo de ello es el ex senador John Purdue, de Georgia, quien ha dicho públicamente que si hubiera dependido de él, no hubiera dudado en anular o desautorizar los resultados de las elecciones de noviembre de 2020. En este elenco se cuentan funcionarios de los tres poderes y a todo nivel, e incluye a los secretarios de estado de los estados, los que tienen la responsabilidad última sobre las elecciones en sus estados. También se están moviendo piezas en el tablero para permitir, primero, nombrar fichas fieles como «electors» o integrantes del «Electoral College» de cada estado. La idea es desautorizar o anular los resultados de la votación directa si los mismos no favorecen a Trump.
A su vez, se sigue agitando a la población general con toda clase de cuentos de caminos para distraerla y generar descontento por el motivo que sea. La administración de Joe Biden no ha tenido tiempo suficiente para corregir y subsanar los atroces daños y estragos que dejó la administración anterior. Para muestra un botón: el jefe del servicio postal sigue en el cargo, y no hay visos de que lo puedan sacar a tiempo. La gente del movimiento Qanon, que constituye una pieza medular de esta iniciativa y del ideario (o más bien, el «des-ideario) que va a resultar instrumental en la destrucción de la democracia estadunidense, exhibe una capacidad tan aberrante de ejecutar contorsiones mentales tan verdaderamente tiradas de los cabellos que no alcanzo a encontrar palabras para describirlas.
Un ejemplo reciente es el de un comentarista que invita frecuentemente a una de esas televisoras, quien se preguntó si no habrá gato encerrado en el hecho de que «anti-vaxxers» y gente que se opone a usar mascarillas se estén contagiando del coronavirus. La gente que deliberadamente no se quiere vacunar y no quiere usar mascarilla ni aplicar el distanciamiento preventivo piensa, según ese comentarista, que el contagio, cuando ocurre, puede ser resultado de un ataque dirigido.
Otra cosa que están haciendo es interponer toda clase de demandas y recursos legales falaces y frívolos –además de totalmente desprovistos de mérito– para demorar al máximo posible la rendición de cuentas de Trump y sus cómplices sediciosos por el intento de golpe del seis de enero. El proceso de investigación en el Congreso sigue adelante, pero con muchos obstáculos. La idea es darle largas al proceso hasta las próximas elecciones legislativas federales del 2022, con respecto a las cuales ya flota en el aire la casi certeza de que el partido Demócrata va a perder la mayoría en la Cámara de Diputados y va a pasar a la minoría en el Senado. Si esto ocurre, la investigación del intento de golpe se va a parar en seco y Estados Unidos se puede olvidar de que los responsables rindan cuentas, al menos durante esta generación. Incluso, esto ya ha sido anunciado públicamente por un diputado, Matt Gaetz, quien advirtió de una arremetida vengativa contra todo ocupante de cargos gubernamentales importantes que haya respaldado la investigación del intento golpista y el estado de derecho. Trump tiene más que claro que lo único que lo puede salvar de tener que rendir cuentas es volver a adquirir el poder y la inmunidad propios de la primera magistratura.
Casi a diario, en Estados Unidos se leen noticias sobre el deterioro del tenor del discurso político, no sólo en los altos estratos gubernamentales, sino a nivel local básico, como las juntas de padres y representantes de escuelas, juntas de vecinos, y muchos más. Esto, debo decir, evoca la antesala y los primeros tiempos del gobierno de Hugo Chávez: hermanos y parejas se quitaron la palabra mutuamente y se enemistaron. En Estados Unidos, lo que se ve a la fecha es un desquicie generalizado: una mujer encañonó a una madre que estaba con su hijo pequeño en el carro por un puesto de estacionamiento en un supermercado. Esto sin incluir las masacres en escuelas secundarias porque ¿para qué molestarse? Amas de casa denuncian a personas afroamericanas o de tez morena por hacer su trabajo y por lo que perciben como una invasión amenazadora de su espacio. Y cuando digo espacio no me refiero a la intimidad de su casa, sino a lugares públicos. El veredicto en el caso Rittenhouse le ha dado una grandísima bocanada de oxígeno a los extremistas de derecha, que ahora se sienten reivindicados y justificados.
En la Corte Suprema de Justicia se da por descontado que se va a eliminar el derecho al aborto a nivel federal, gracias a que Trump nombró a tres magistrados durante su gestión, uno de los cuales es una mujer que en su momento juró obrar, en su condición de jueza, para propiciar el advenimiento del «reino del Señor en la tierra». Si esa no es la definición de un teócrata, no sé cuál será.
En lo económico, se sigue privilegiando la acumulación de capital en pocas manos, y mientras menos sean esas manos, mejor.
En lo ecológico, no se ha interrumpido la marcha contaminadora que arreció la administración trumpiana. Esta administración lleva el mismo ritmo en la aprobación de permisos de explotación de recursos fósiles que la anterior. Se ha hecho algún avance en la protección del medio ambiente, pero la impresión es que es muy poco y disperso.
En lo fiscal, el presupuesto militar sigue aumentando. Es probable entonces que en algún momento, quizás más pronto que tarde, Estados Unidos tenga pensado dejar de pagar la ingente deuda externa que tiene con China, y que, armado y apertrechado todo lo espléndidamente que permite ese presupuesto, simplemente le puede pintar una paloma a los chinos y decirles «ven y cóbrame si puedes».
La gente sigue cada vez más desesperada con la pandemia y sus secuelas. Se ha llegado a afirmar, en alguno de los medios de difusión adeptos a Trump, que el Dr. Anthony Fauci, el principal epidemiólogo de este país, es un sociópata que busca esclavizar a la gente y que la pandemia es un invento suyo.
En esta coyuntura, saque usted sus propias conclusiones, afable lectora y/o lector. El horno está que arde.
@RoCienfuegos1