Luego de la inauguración de las tres mega obras emblemáticas de la Cuarta Transformación a partir de marzo próximo, justo cuando también se prevé la consulta sobre la revocación del mandato, y por supuesto, de administrar hasta donde sea posible el país en general con la idea fija de impedir un desastre mayor, el presidente Andrés Manuel López Obrador parece que ya tomó la decisión de concentrarse en resolver de manera impecable la tarea número uno de su gestión: su relevo para garantizar la continuidad de su proyecto.
Parte de esta decisión incluyó la determinación de adelantar el destape de sus corcholatas, Claudia Sheinbaum, el corcholatón de sus preferencias y aún necesidades absolutas. Queda en duda si la doctora Sheinbaum, que hasta ahora sigue a pie juntillas los pasos e inspiraciones de su padre político, estaría dispuesta en algún momento a perpetrar el parricidio como parte de los rituales políticos más tradicionales de nuestro México, o si, llegada la circunstancia, dará vida y solapará una especie de Maximato luego de casi cien años del que sin éxito se pretendió en el país.
La crisis por la pandemia del coronavirus se perfila como el mayor costo para el proyecto presidencial, así éste lo haya querido disimular como un fenómeno que llegó como anillo al dedo. Se ha dicho al cansancio que aún antes de la pandemia, la economía mexicana tuvo ya números lentos en el arranque de este sexenio, algo si se quiere típico del primer año de arranque de cualquier gobierno, pero que resultó negativo en el 2019 por las medidas de corte económico, inversión y financieras, adoptadas aún antes del inicio formal de este sexenio. Es un hecho prácticamente que la economía mexicana, si acaso, terminará tablas al concluir en 2024 el mandato obradorista. Así que la mayoría de analistas coincide en que México tendrá en tres años más, un índice de crecimiento similar o incluso inferior al registrado a lo largo de los casi 40 años del periodo neoliberal, tan satanizado por lo demás en el discurso y la práctica oficial, así y cuando de manera ecléctica haya rescatado esquemas como el T-MEC y usado los fondos de contingencia con denuedo singular.
Quedan pendientes las tres grandes reformas postuladas para esta segunda parte del sexenio de López Obrador, entre ellas la eléctrica, la electoral y la relativa a la Guardia Nacional. Cada una de ellas será desgastante en extremo. En lo que toca a la reforma eléctrica, es más que probable que el presidente esté estirando al máximo la liga con la expectativa de abrir el espacio que demandará la negociación en el Congreso para lograr la mayoría calificada que impone una reforma constitucional. En los congresos estatales, hoy en manos predominantemente de Morena, será menor el esfuerzo para asegurar la mayoría de los 17 legislativos estatales.
Aun cuando gane el revocatorio de marzo del 2022, y esa victoria reverdezca sus laureles, vendrá necesariamente el ocaso de su mandato, con lo que el tema de la sucesión se convierte en la primera prioridad del presidente, que aun y cuando lo haya imaginado y aun deseado, ya no podrá extender su mandato tras el par de reveses, primero al titular de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, Arturo Zaldívar, y luego con el reacomodo de las fuerzas legislativas pasadas las elecciones del seis de junio último.
Así que viene la parte política más delicada del sexenio: el ascenso del nuevo sol, o luna como se está perfilando con demasiada prisa y quizá necesidad.
Si la oposición, escuálida en buena parte hasta ahora, no hace algo y rápido, es previsible un segundo mandato cuatroteista, casi seguramente el ala más radical y dura, algo que empieza a vislumbrarse como una enorme preocupación para amplios sectores del país, que siguen sin encontrar la vía para impedirlo. Veremos.
@RoCienfuegos1