Bellas y Airosas/Elvira Hernández Carballido
Otro cumpleaños en casa. Esta semana cumplo 59.
Nunca como antes estuve tanto tiempo en un solo lugar, acompañada de mí misma. 365 días que he aprovechado para explorar muy dentro de mí, reconociéndome en cada espejo y jugando con mi sombra. Mi cuarto propio ha visto que cada día puedo parir mil palabras, dar a luz tantos textos, confirmar mi vocación y pasión por la escritura. Soy una Ranpunzel de cortos cabellos que no espera a nadie para ser salvada o terminar con este encierro, prefiero creer que mi casa se ha convertido en mi burbuja de sirena.
Salgo muy poco, voy a comprar despensa, realizo algunos trámites bancarios o envío libros a través de una paquetería de la que ya soy clienta-víctima. Subo a la azotea para transformar al sol en papalote, jugar ajedrez con las estrellas y aullarle a la luna.
A la siete en punto de la mañana palpo la distancia, pero intento seguir cerca de cada alumna y de cada alumno, no los dejo caer cuando me confían sus depresiones, celebro cuando entregan tareas maravillosas y me aferro a sus almas cuando yo estoy a punto de desfallecer. Extraño los pasillos del instituto donde trabajo, los saludos de prisa entre colegas, mi credencial deslizándose a tiempo en el checador. Los plumines de colores se han secado, ya tres semestres de no usarlos para anotar mis jeroglíficos en el pizarrón. Ahora todo es digital, archivos pdf, presentaciones coloridas, grabaciones que me emocionan al palpar esas voces juveniles que ya no cuchichean mientras expongo un tema en el salón.
Llevo una vida en cuadritos por culpa de cada plataforma que uso para estar en contacto con el mundo exterior. Sí, me ha convertido en algún personaje de historieta, estoy encerrada en una viñeta, pero sin dejar de vivir tantas aventuras. Entonces, soy “Mafalda” o “Anita” -la amiga de la pequeña Lulú. También me he creído “Peppermint Patty” de la tira cómica de Snoopy o “Clavelito” de Los Supersabios. Decido convertirme en algún personaje del Lágrimas, Risas y Amor, puedo ser Perlita de “Ladronzuela” y he llegado a representar a “Rarotonga” en algún baile por la sala o el comedor.
En este año transcurrido he dado conferencias sin moverme de mi casa, he hablado para la Universidad Complutense de Madrid o para países como Bolivia o Colombia. En un solo día he podido estar en la UNAM por la mañana, en la Escuela Superior de Actopan por la tarde y en la Universidad del Paso Texas durante la noche. Disfruto ser omnipresente por unos instantes.
He podido tomar cursos que, en esos llamados tiempos normales, jamás hubiera podido asistir con tanta facilidad. Conocí la generosidad literaria de Elmer Mendoza. Varios sábados pude asomarme a Hungría gracias a mi querido maestro Agustín Cadena. Anilú Zavala, con su ejemplo, provoco el deseo de ser disruptiva. Por la historia presentada, Gloria G. Fons me bautizó como la “Melody” de su taller y Kyra Galván bendijo un texto escrito bajo su tutela para que yo tuviera un premio literario. Recuperé mi pasión por Janis, me vi reflejada en el autorretrato de Rosa Rolanda. En cada curso, una amiga nueva.
Mi teléfono celular cada mañana recibe un saludo cariñoso de don González Casanova o sirenas cantarinas con José Luis Garrido. Colecciono las ilustraciones festivas de Rox o veo videos de todos los contenidos imaginables gracias a mi amigo Soria. El grupo de la Secundaria 49 no deja de evocar aquellos tiempos compartidos en la década de los setenta. Vicente, Silvia y Francisca, prefieren llamarme y como en mis épocas de adolescente habló durante horas y horas para ponernos al día. Lo mismo hago con mi hermana Isabel, que no le afecta conversar con esta oveja negra. Y cada martes a mi psicóloga solidaria le canto que “no estoy loca, solamente, desesperada”.
Mi columna “Bellas y Airosas” tuvo que guardar silencio unos meses, pero Sara Lovera generosamente me dio un nuevo espacio, Gerardo Neria mostró su gran sororidad masculina al invitarme a colaborar con él y David Herrera cada lunes por la noche recibe mi comentario para radio. Estoy escribiendo una novela, tantos cuentos, artículos y ponencias. Sigo comprometida en dar voz a las mujeres y aferrada a mi feminismo abnegado.
He llorado la muerte de gente que conozco, he tratado de apoyar de todas formas a mis amistades que enfrentan la desgastante y trágica situación de combatir a ese cruel Covid19. A veces huyo de los noticiarios porque las heridas son más profundas con esas cifras. No dejo de estar informada, de indignarme con ciertas declaraciones, de decepcionarme al no palpar el cambio esperado.
He memorizado como nunca cada rincón de mi casa, agradezco a la vida convivir con dos hombres que amo, que en mi casa hay paz, que en mi casa vivimos tres personas inventado sus propios espacios, respetando las diferencias y gozando las coincidencias.
Y en este encierro, este 15 de abril cumplo 59 años enredada en una rutina que refrendo y reinvento. Despierto con el trinar de pájaros que han hecho sus nidos bajo las tejas del techo de mi casa. Duermo con insomnios que se alían con mis sueños para alejar las pesadillas. Aprendí a zurcir alguna herida provocada por gente que ya perdoné. No dejo de despeinar mis ideas y persigo las palabras para escribir un texto como el que hoy les comparto, como los que espero seguir escribiendo.
59 años, uno de confinamiento, cada vez más próxima a esa utopía de encontrar otra forma de ser humana y libre, quién lo iba a decir, encerrada en mi casa.