Tras más de 50 años de dictadura, la caída del régimen de Bashar al Assad abre una etapa marcada por tensiones internas y protagonismo de potencias extranjeras
Bashar al Assad, incapaz de contener el avance de una coalición opositora compuesta por yihadistas, grupos kurdos, milicias respaldadas por Turquía y facciones locales, fue obligado a abandonar el poder tras una ofensiva coordinada desde varios frentes.
En la madrugada se consumó el fin de la dinastía Al Assad, que gobernó Siria durante más de medio siglo.
Según reportes, el exmandatario y su familia han huido a Rusia, donde el Kremlin les ha concedido asilo político.
El colapso del régimen deja a Siria en un estado de fragmentación política y territorial. En el noreste, la administración kurda conocida como Rojava mantiene su control, mientras que en Idlib, al noroeste, persiste un bastión yihadista.
En tanto, Damasco enfrenta un vacío político, donde emergen esfuerzos incipientes para establecer un diálogo de transición.
Organismos internacionales han hecho llamados urgentes para evitar la «balcanización» de Siria, en un contexto marcado por 15 años de guerra civil que han dejado más de 350,000 muertos y una crisis humanitaria que afecta a más de 16.7 millones de personas en situación de emergencia alimentaria, según la ONU.
Desafíos de un nuevo escenario
La caída del régimen no marca el fin del conflicto. Turquía continúa su campaña militar contra los kurdos en el norte, mientras que las fuerzas respaldadas por Estados Unidos luchan contra células remanentes del Estado Islámico.
Por otro lado, Israel ha roto acuerdos históricos al ocupar la zona desmilitarizada del Golán, y Rusia ha reducido su presencia militar en Siria debido a las exigencias de la guerra en Ucrania.
El vacío de poder también ha generado incertidumbre sobre el liderazgo de la oposición. Abú Mohamed Al Golani, líder del grupo yihadista Hayat Tahrir Al Sham, ha emergido como una figura central, pero su capacidad para unificar al país es cuestionable.
La dinastía Al Assad, iniciada en 1970 con Hafez al Assad, gobernó Siria con un férreo control basado en la represión.
Bashar al Assad, quien asumió el poder en 2000, prometió reformas que nunca se materializaron.
Su régimen fue señalado por atrocidades, incluidos ataques químicos como el de 2013 en Guta, que dejó 1,400 muertos.
Aunque logró resistir durante años gracias al apoyo militar de Rusia e Irán, su gobierno quedó aislado internacionalmente, incluso dentro del mundo árabe, debido a acusaciones de narcotráfico y violaciones a los derechos humanos.
Mientras tanto, el éxodo de Al Assad representa el fin de una era en Siria, pero también deja un legado de devastación que será difícil de superar.
La reconstrucción del país dependerá de la capacidad de los actores internos y externos para construir un proceso de transición inclusivo y sostenible en medio de un entorno profundamente polarizado.