Marcelo Ebrard colocó dinamita esta semana en los predios de Morena y aún de Palacio Nacional. Pero eso no quiere decir, me parece, que esté dispuesto y mucho menos listo para prender la mecha. Ebrard es un político profesional. Dudo muchísimo que quiera o esté dispuesto a terminar su carrera política como un incendiario. Al menos no hay antecedentes que indiquen esta vez, en la antesala de la lucha por la presidencia de México, que dinamitará su propia trayectoria pública de cuatro décadas como un hombre de Estado.
Fuera de Morena, Ebrard es visto como un político inteligente, moderado, pero sobre todo como el mejor equipado de los guindas para asumir la presidencia de México. Esto, que halagaría a cualquier político, puede ser en realidad su talón de Aquiles. Muchos morenos, entre ellos el hoy administrador del partido guinda, Mario Delgado, ven a Ebrard con dudas, o “sospechosismo”, para citar al clásico ex titular de Gobernación y hoy competidor por el Frente Amplio por México, Santiago Creel Miranda. Antes cercanos, Ebrard y Delgado dejaron de ser mancuerna, algo que siempre tiene costos en la política.
El presidente Andrés Manuel López Obrador ve en Ebrard un colaborador eficiente, profesional, pero no un incondicional, un punto clave que juega contra las aspiraciones del ex canciller. ¿Cuál es el criterio de AMLO para elegir a sus colaboradores? Lo ha dicho. Lealtad ciega, más 90 por ciento de honestidad y 10 por ciento de experiencia. ¿Alguna duda? Todo indica que en el caso de Ebrard se invierten los porcentajes. Eso incomoda, y peor aún, abre graves y peligrosas dudas sobre un eventual ascenso de Ebrard a la presidencia.
No es el caso de Claudia Sheinbaum, una hechura de López Obrador. Ebrard planteó la renuncia de los aspirantes a encabezar la defensa de la 4T porque sabía desde entonces que él puede moverse sin el aparato gubernamental. Claudia acató el mandato de la renuncia, pero aun en contra de su voluntad. Sin el bastidor, le ha sido bastante difícil el tramo de los 70 días. Lo hizo porque su jefe y mentor giró la orden. Se acogió entonces al principio de que hay tiempo de lanzar cohetes y tiempo de recoger varas.
Ebrard no fue esta semana blandito. Puso dinamita al acusar una operación de estado o, si prefiere, la reedición de la “cargada” tan priista en Morena. Por supuesto que no hay ingenuidad alguna en Ebrard, tampoco la decisión de incendiar la granja.
Es sólo emplazar la dinamita, pero sin el ánimo de activarla. Al igual que Sheinbaum, Ebrard tiene su historia. López Obrador los conoce a fondo, los tiene medidos y, como ha hecho con sus colaboradores cercanísimos, les tiene el mecate corto. Esto lo saben su hermana y su hermano. Ninguno de ellos golpeará al otro por aquello de que se arruina quien golpea a su familia. Ebrard seguirá siendo el “carnal” Marcelo.
La dinamita que llevó Ebrard a Morena y al propio Palacio Nacional, es sólo un recurso político, necesario si se diera el caso, y aun ahora como parte de un esfuerzo final para que no lo den por muerto antes de tiempo, y también por si fuera el caso. Faltan pocos días de procesión. Amanecerá y veremos.
@RoCienfuegos1