Las penas con tamales son menos

02 de febrero día de la candelaria, día de comer y compartir con familiares y amigos unos deliciosos tamales, platillo por excelencia mexicano e imperecedero en las mesas de todos los habitantes de nuestra nación. Sin embargo, también un 02 de febrero aconteció un episodio nacional por demás desconsolador. Pero… las penas con tamales son menos.

La amañada absorción de Texas (debiera escribirse Tejas sí, con J) a la Unión Americana desde luego no satisfizo los apetitos expansionistas de nuestros vecinos del norte, quienes también codiciaban ávidamente Nuevo México y California. ¿Qué haría Estados Unidos para apropiarse de dichos departamentos cuando sus ofertas de compra no eran siquiera escuchadas por el gobierno mexicano ni existía la posibilidad de apertura de un espacio político para oírlas? Muy sencillo: invocar la ayuda de la Divina Providencia… o de las armas, naturalmente.

El 02 de febrero de 1848, se firmó el Tratado Guadalupe Hidalgo. En síntesis: cuando México se negó a vender sus tierras, los embajadores abandonaron el escenario para que este fuera ocupado por los militares, verdaderos profesionales especializados en el exterminio en masa del hombre, la única criatura de la naturaleza que utiliza la razón para matarse colectivamente… Estados Unidos le declaró la guerra a México en mayo de 1846. La catastrófica y no menos traumática derrota, tanto de nuestras fuerzas armadas como de la población civil, condujo a la firma de la paz en 1848.

El 02 de febrero se firmó el acuerdo en la ciudad de Guadalupe Hidalgo. Tratado de Paz, Amistad, Límites y Arreglo Definitivo entre los Estados Unidos Mexicanos y los Estados Unidos de América, también conocido como “Tratado de Guadalupe Hidalgo”. El cual establecía la línea fronteriza entre ambos países, a partir del río Grande o río Bravo del Norte y con ello la pérdida de los territorios comprendidos en los nuevos límites, que serían pagados a la República mexicana por una suma de 15 millones de pesos.

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Trist escogió ese lugar, a orillas del lago de Texcoco, cerca de la Ciudad de México, “porque era el más sagrado de la tierra”, ya que ahí había hecho varias veces sus apariciones la Virgen de Guadalupe, en la que él desde luego no creía y estaba convencido de su inexistencia a través de pruebas históricas irrefutables.

Lo que resta de México, después de la guerra, quedaba bajo su protección especial, consignó con genuino fervor… México cedió los territorios de Tejas (con J no con X), Nuevo México y la Alta California, a cambio de quince millones de pesos. Los representantes mexicanos son llamados, uno por uno, protocolariamente, a suscribir el tratado de paz, o sea, la legalización del hurto del siglo XIX.

Primero lo firma Couto con el rostro contrito, derrotado, anonadado, luego Luis Gonzaga Cuevas con la mirada vacía, entre malhumorado y consternado, acto seguido, Atristáin, desconsolado, y finalmente Trist.

De esta suerte fuimos despojados de praderas, llanuras, valles, ríos, litorales, riberas y cañadas, además de promisorias minas. Tan solo unos meses después de la cancelación de las hostilidades, apareció mágicamente el oro en California, una California que, con todo y las inmensas riquezas escondidas en su suelo, había dejado de ser mexicana para siempre.
La conflictiva situación interna de México, la falta absoluta de recursos, la disolución del ejército después de la caída de la Ciudad de México y el faccionalismo exacerbado de los grupos políticos, hacían imposible continuar con la guerra a pesar de la resistencia de los mexicanos.

Buen provecho, con los tamales.

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