El Tlacuilo
No es cuestión de quien tiene más porra
Es cierto lo que dicen quienes se burlan de los asistentes de la pasada marcha en defensa del INE sobre su extracción social: marcharon personas que normalmente no lo hacen, mayoritariamente de clase media y media alta, con lentes de sol, tenis muy limpios y camisas rosas de marca. Con solo tomar foto de la mayoría de los asistentes, el presidente podría fácilmente señalar a quienes identifica como sus antagonistas.
Él mejor que nadie ha sabido capitalizar el enojo que genera la concentración de privilegios en este país y que se asocia a un fenotipo, sin que, también hay que decirlo, su gobierno haya hecho nada para cerrar esta brecha ya que los programas sociales si bien son de gran ayuda estos no erradican el mal de raíz, por el contrario, crean clientes al partido del poder.
El presidente ha logrado hacer una caricatura de sus opositores: quieren mantener privilegios, odian a los pobres, odian a los morenos, son clasistas, racistas, hipócritas, cretinos. Todo eso se dijo, y se repitió, desde la tribuna presidencial. No hay, para él y para muchos de sus seguidores, ninguna causa legítima en la marcha por la defensa del INE.
El discurso presidencial prende un pastizal de agravios legítimos porque también es cierto que muy pocos de los asistentes han estado limitados por la inoperancia del Estado.
Lo que no resuelve lo público, pueden financiarlo en lo privado. Pudieron, por ejemplo, internarse en un hospital privado cuando les dio covid, y sus hijos no han sido desaparecidos por el Estado o por algún grupo criminal porque se rehusó a ser sicario.
Sin embargo, en mi opinión, los culpables de que el color de piel o el nivel de ingreso sean tan determinantes en las posibilidades que se tienen son precisamente el Estado y el gobierno mexicanos. Si el IMSS funcionara, nadie, tampoco el presidente, iría a un hospital privado.
La estrategia de descalificación de la marcha residió mayoritariamente en señalar a individuos. “Yo no voy a marchar junto a tal o cual”, “¿Cuántos de los que van a marchar, marcharían por los desaparecidos?”, “¿Por qué las fresas no van a las marchas feministas?”. Estas opiniones revelan que la estrategia presidencial ha funcionado: muchos se sintieron incómodos de ser asociados a cierto tipo de personas, más que a una causa en particular.
Los señalamientos de naturaleza identitaria se han vuelto populares no solo porque el presidente sabe utilizar estos estereotipos de manera muy eficaz, sino porque hay una tendencia mundial a acomodarse en la superioridad moral de algunas identidades, antes que en la incomodidad de desarticular argumentos uno por uno. Es más fácil –y políticamente más lucrativo– reducir la complejidad de las personas a la simplicidad de una sola identidad, que debatir los elementos de la reforma electoral.
También hay que ser claros: la marcha no fue contra el presidente. La oposición (si es que eso existe como grupo homogéneo) no debe interpretarlo como un triunfo propio. Hubo, claro, quien quiso levantar la consigna en contra de morena o el gobierno, y rápidamente una mayoría pidió que la marcha fuera apartidista. Sería un error pensar que la marcha no significó una resistencia a las formas autoritarias de este presidente y que la victoria de la oposición en la Ciudad de México no es, por primera vez, una posibilidad.
Hubo quien jaló agua para su molino: legisladores, funcionarios y hasta Elba Esther. Hubo priistas que marcharon arropados, como Claudia Ruiz Massieu, y a quienes no dejaron ni siquiera integrarse, como a Alejandro Moreno. Quien dice que nadie marchó por la reforma electoral no está leyendo la razón de la aceptación de una y del repudio al otro.
Hubo muchas personas de la tercera edad, marchando con bastón o en silla de ruedas y también a muchos niños. No hubo bloque negro, ni porros, ni grafiti. Pocas pancartas y pocos altavoces. También poco comercio. No vendían paliacates rosas, ni botellas de agua, como en otras marchas.
¿Qué sigue? Yo creo que, por lo pronto, se pondrá en pausa la reforma electoral. Con el tamaño de la marcha, sería muy difícil que el PRI apoyara la modificación constitucional. No creo que marchar se vuelva costumbre para la gran mayoría de los que marcharon, porque es cierto, no es peculiar mirar que marchen personas que comúnmente no lo hacen, pero creo que saberse parte de una multitud poderosa es algo a lo que muchos no querrán renunciar.
Tampoco se trata de revanchas como la marcha de este domingo que ha convocado el presidente ya que es más que obvio que el grupo de los que marcharán será más nutrido y esto no solo por la identificación con el líder que la dirigirá sino por la falta de identificación con las clases medias altas ya que, es cierto, el país esta dividido.
Sin embargo, no se trata, por hacer una analogía coloquial en tiempos del mundial, de ver quien llena con porra un estadio de futbol, sino como se juega en la cancha y eso es algo en lo que no reparan ambas marchas sociales que pareciera solo se congratulan con sus porras. El verdadero juego está entre los árbitros y los jugadores dentro de la cancha y eso les es ajeno a los porristas.
Veremos qué pasa.