Ya han corridos ríos de tinta sobre la idea de que los diputados que votaron en contra de la reforma de energía eléctrica, que propuso e impulsó el presidente López Obrador, devinieron en traidores a la patria. No está de más sin embargo abonar, así sea un granito de arena, al debate en torno al tema. Al margen de la dureza del concepto, defendido por la dirigencia del partido en el poder y aún por el presidente cuando dijo en su matutina que la votación del domingo de los diputados constituyó una traición a la patria, lo prudente será llamar a la calma, a la reflexión, a la mesura pues.
México atraviesa una coyuntura delicada, atizada por fenómenos como la pandemia del coronavirus -cuyas expresiones más graves parecen estar de salida- pero no sus efectos ni saldos, o herencias; a esto se añade el conflicto provocado por Rusia al invadir Ucrania, que repercuten con una fuerza inusitada en los precios de los alimentos y los combustibles, que no pueden disimularse.
Estos dos asuntos son apenas los más recientes, pero no los únicos ni los peores para el país. Se sobreponen a los problemas añejos que sacuden al país. La inseguridad, la criminalidad, la corrupción, el desplome de la economía, la insuficiente infraestructura médica y hospitalaria, el rezago educativo y la ausencia de un plan gubernamental que augure un mejor futuro para el país, es decir, para la mayoría de los mexicanos. Se añaden otros fenómenos como la pobreza persistente, el deterioro y aún la falta de expectativas entre muchos jóvenes, la carencia de empleo y aún la pérdida incluso de esperanza para amplios segmentos poblacionales, aun y con todo el apoyo -acotado e insuficiente- que se procura a través del gobierno. Podríamos citar otros temas preocupantes, que son muchos más.
De allí que México requiera sosiego, unidad, conjunción de esfuerzos, planes compartidos, en pocas palabras, visión de Estado, no de facción. Atrás deben quedar las descalificaciones mutuas, el insulto, la estigmatización, el repudio, en resumen, el discurso de odio que de manera creciente ingresa en un número cada vez más alto en muchos ámbitos de la realidad nacional. Se hace daño o se construye con la palabra, antecedente, preámbulo siempre crítico de la acción.
Los diputados que votaron en contra de una reforma, así haya sido ésta la madre de las reformas, ejercieron simple y llanamente su facultad básica, esencial, como representantes de una soberanía. ¿Cómo puede tildárseles de traidores a la patria? El concepto entraña un peligro en materia política y social, y un precedente que se aparta del concepto más básico de cualquier democracia. Cuidemos las palabras porque siempre, siempre, siempre, constituyen un preámbulo de la acción, muy peligroso en este caso.
@RoCienfuegos1