La política energética, el T-MEC, la globalización y la tregua

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Sin duda, la crisis de la pandemia, las consecuencias de la invasión de Rusia a Ucrania y ahora, las tensiones entre China y Estados Unidos, se ha traducido en el desabasto de vacunas, combustibles, fertilizantes y alimentos que pusieron en entredicho aquellas virtudes de la globalización en un escenario donde los gobiernos del mundo voltean para buscar opciones nacionalistas que apoyen la economía real.

En este contexto se incrusta la postura de gobierno de México en el marco de las Consultas del Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos y Canadá (T-MEC) que para los empresarios son acciones discriminatorias que afectan la libre competencia porque es una fase previa a un Panel que podría traducirse en sanciones multimillonarias y pérdidas que todos tendríamos que asumir.

No obstante, en el fondo, la postura del gobierno federal no trata de estatizar el control de los energéticos, ni tampoco representa un retroceso a los combustibles fósiles a cambio de las energías limpias, que empresarios de Estados Unidos y México han utilizado para justificar sus monopolios que le costaban muy caro al pueblo porque se trata sólo de un argumento -el de las energías limpias- que les permitía hacer negocios sucios.
La estrategia se finca sólo en un reparto justo de la producción de la energía eléctrica (54% para el Estado y 46% para la iniciativa privada), con el único objetivo de establecer prioridades para asegurar los niveles de auto abasto estratégico y con beneficios plausibles a la sociedad, es decir, no se trata de que el gobierno se quede con todo o arrasar la actividad, sino que las empresas extranjeras no tengan ventaja sobre los bienes de la nación, así de simple.

Lo anterior sobre la hipótesis de que la política global ha funcionado en las últimas décadas como una enorme máquina de desigualdad social y bélica que ha hecho que, de un país a otro, surjan movimientos de fuerte tendencia nacionalista para insistir en la soberanía y la restauración del orgullo nacional, frente a los conflictos bélicos y el despliegue de China con acciones punitivas a Taiwán que tienen que ver con la guerra comercial.

Por ejemplo, es evidente que en la actualidad y al margen de la ideología de cada país, los gobiernos de Europa revisan exasperadamente tácticas para buscar formas de disminuir su dependencia energética y alimentaria por lo que, intentan nueva intrusión del Estado en la actividad productiva.

Lo que hace 50 años fue el impulso de la globalización que barrió con cualquier tipo de objeción, al paso de las décadas generó menos entusiasmo una vez que amainó el impulso y comenzaron a aparecer más nítidamente fisuras y daños colaterales.

En este marco se inserta la ‘tregua mundial’ que el presidente López Obrador demando a las naciones del mundo, con el fin de conseguir la paz y armonizar a todos, pero mirando antes el beneficio de cada nación y en el respeto de acciones hacía el interior. Por eso no es casual que proponga al secretario de Naciones Unidas, António Guterres, al Papa Francisco y al presidente de la India, Narendra Modi.

En el caso del presidente de la India más allá de sus buenas relaciones con China, Estados Unidos y Rusia es unos de los líderes populistas que han explotado el resentimiento de su sociedad, y la postura de Marine Le Pen en Francia que a principios de julio anunció su intención de estatizar el sector eléctrico con la intención de relanzar la energía nuclear y promover la energía limpia con el argumento del conflicto en Ucrania.

Se insertan además los partidarios del brexit que configura la salida de Gran Bretaña de la Unión Europea, los nacionalistas xenófobos, los populistas trumpistas y la izquierda antiglobalista que traduce en esa guerra fría entre el comunismo y el capitalismo.

Esto tiene que ver con derrumbar aquel ‘complejo timótico’ de los seres humanos movidos por los deseos, el orgullo, la necesidad de autoafirmación y el resentimiento con cargas de violencia que predominó con el impulso neoliberal en la creciente homogeneización de los gustos de los consumidores, la consolidación y expansión del poder corporativo, el fuerte aumento de la riqueza y la pobreza, de los alimentos y la cultura, y la creciente omnipresencia de las ideas democráticas liberales, de una u otra manera, que se atribuyen a la a creciente integración de las economías de todo el mundo, especialmente a través del comercio y los flujos financieros y que ha dejado mucho que desear.

Es por eso por lo que en la actualidad con el nacionalismo energético que advierte la cuarta transformación va en línea con las posturas que han tomado otros países en donde amplios sectores tradicionales han dejado a un lado la globalización por la inconformidad de la sociedad que se siente menospreciados e ignorada y han surgido grupos élites urbanas y líderes populistas que explotan el resentimiento para buscar nuevas alternativas socioeconómicas que beneficien más a la población a través de la soberanía nacional para conseguir la autosuficiencia y que predomine el consumo interno.

Parecería absurdo renunciar al espíritu de la globalización que desbancó los nacionalismos y proteccionismos y abrazó las bondades del mercado mundial y las virtudes de la empresa privada y corporativas que, surgieron con el neoliberalismo, pero en los hechos, la ola de gobiernos populares que se extiende por América Latina parece también resultar una realidad patriótica en defensa de la soberanía y del mercado interno.

Por eso en la política energética de la presente administración se observa que amplios sectores tradicionales dejados atrás por la globalización y la inconformidad de los grupos agraviados buscan otras alternativas que como dice Davis Brook en su columna del New York Times es evidente que ‘la globalización se ha ralentizado, y en algunos casos ha iniciado una marcha en sentido contrario porque la globalización ha terminado y han empezado las guerras culturales globales’.

La realidad es que la política energética tiene que ver con lo que nos conviene, quizás con matices proteccionistas que es parte de la soberanía del país, pero que, en el fondo, plantea un equilibrio en el mercado externo e interno, entre lo que por ley es público y lo que corresponde al sector privado, entre energías fósiles que tenemos y necesitamos y energías limpias que requeriremos.