roberto cienfuegos

En momentos en que México vive una de las peores crisis en áreas esenciales para la vida cotidiana de sus habitantes, de sobra conocidas por todos, y a la que lastimosamente y pese a sus flagelos parecen resignarse amplios segmentos de la población, cada vez se abren nuevos frentes de batalla pública que complican la ya de suyo grave situación del país.

En Palacio Nacional despacha bajo el asedio de sus críticos un presidente que a su vez se atrinchera más y dispara obuses cada vez de mayor calibre en un intento por al menos neutralizar a sus adversarios, muchos de los cuales según la óptica presidencial se parapetan en el ejercicio periodístico. En el contexto de lo que podría calificarse una guerra y en menos de los primeros cincuenta días de este año, suman cinco los periodistas ultimados, una cifra que conmueve y espanta, pero que alerta de peores peligros.

Pese a estas bajas, demasiadas en un tiempo corto, se mantiene la confrontación entre periodistas y el poder Ejecutivo nacional. Los episodios de ésta, son de sobra conocidos y no haré aquí un nuevo relato de lo que sobradamente conocemos acerca de los protagonistas de esta batalla, sin precedentes por la dureza de sus términos y extensión, pero también por lo que podría implicar en cualquier momento al abrir espacios para radicales dispuestos a cualquier cosa con tal de demostrar y aún peor, imponer su razón al precio que dispongan.

México, un país de 130 millones de personas en números redondos, está navegando aguas tormentosas, y antes que poner un alto en el camino, persistimos en la ruta del suicidio colectivo. Esto debería ser bastante para concitar a la mesura nacional, antes que a la exacerbación de los peores demonios del país. Aun hay tiempo, pero no mucho, antes de que todos lo lamentemos, aun aquellos que suponen podrían erigirse en ganadores de un desastre nacional en curso cada vez más acelerado y destructivo.

Cuando escribo estas líneas, leo reportes de la prensa internacional que alertan sobre los intensos focos de violencia que en las últimas semanas han resurgido en varias regiones de México con acciones agresivas entre grupos de delincuentes que dejaron decenas de personas muertas y obligaron a cerrar escuelas y paralizar actividades, colocando a la población en vilo.

Hacen ver que mientras se discute de manera encarnizada y sin límites, el Ejército decidió redoblar su presencia en al menos cuatro estados del país, entre ellos Zacatecas, Sonora, Colima y Michoacán ante el escalamiento de una encarnizada disputa entre grupos criminales, que colocó a civiles entre «la espada y la pared», obligándola a resguardarse en sus viviendas.

El gobernador de Zacatecas, David Monreal, admitió que el crimen organizado «pretende atemorizar a la población y a las autoridades», con una serie de matanzas.
Admite Monreal que son tiempos difíciles para gobernar, pero confió en que la estrategia contra la inseguridad dará resultados en su estado, que se convirtió en «teatro del horror» cuando el 5 de febrero pasado fueron hallados 16 cuerpos de personas esparcidos en las calles o abandonados en una furgoneta.

La feroz rivalidad entre las dos bandas dominantes del país, el Cártel Jalisco Nueva Generación y el Cártel de Sinaloa, dispersó sangre en diversas zonas del país como Zacatecas, donde el 6 de enero al menos 10 cuerpos fueron abandonados en un vehículo frente al Palacio de Gobierno de la capital.

El recuento sangriento, que proyecta a México como un país violento y casi sin ley, recuerda que el pasado 18 de noviembre fueron colgados 8 hombres de un puente en la ciudad de Cuauhtémoc, en un intento de una banda no identificada de intimidar a grado extremo a sus rivales.

Otro dato escalofriante, ante el que parece nos resignamos o somos indiferentes los mexicanos porque lo consideramos ajeno, pero que también se proyecta fuera de México, es cuando se nos recuerda que desde finales del 2006 el entonces presidente Felipe Calderón puso en marcha su fallida «guerra contra el crimen» apoyado en las Fuerzas Armadas, que arrojó al menos 335.000 muertos y 93.000 desaparecidos.

Con López Obrador promedian 100 homicidios dolosos por día, y la cifra de muertes roza los 35.000 por año, con lo que suman 105.000 asesinatos desde que asumió su encargo hace 3 años.

Según expertos en seguridad, al menos 16 grupos criminales se encuentran activos en México, de los cuales los más despiadados son el Cártel Jalisco Nueva Generación y el Cártel de Sinaloa, liderado por Joaquín «El Chapo» Guzmán, condenado a 10 cadenas perpetuas por tráfico de cocaína en Estados Unidos en una corte de Nueva York a mediados del 2019.

El estado de Colima, el más pequeño del país, en las costas del Pacífico, donde se ubica el principal puerto de la región, Manzanillo, por donde ingresan grandes cargamentos de materia prima para producir drogas sintéticas como el fentanilo, 50 veces más potente que la heroína, es otra de las «zonas calientes» azotadas por violencia.

Y el recuento no es menos trágico. Al menos 16 personas han muerto en los últimos cinco días luego que el llamado Cártel Independiente de Colima, también denominado Los Mezcales, cortó sus lazos con el CJNG, que era en la práctica su brazo armado y ahora decidió cambiar de patrón y ponerse al servicio del Cártel de Sinaloa.

En tanto, en el estado norteño de Sonora se incrementaron 11% los homicidios sobre todo en las cercanías con la frontera con Estados Unidos como el poblado de San Luis Río Colorado y en el puerto de Guaymas.

El gobernador morenista Alfonso Durazo dijo que 96% de las víctimas de homicidio doloso se relacionan con actividades de tráfico de drogas al menudeo.

Y Michoacán tampoco se queda a la zaga debido a una disputa sin cuartel entre el CJNG y organizaciones locales, algunas de autodefensa, lo que mantiene a la zona de Tierra Caliente, pero en especial a la localidad de Aguililla, donde nació el líder de aquella organización, Nemesio Oseguera.

En tanto, seguimos como espectadores atentos a los choques verbales con periodistas, países, sectores, diplomáticos, intelectuales, académicos, funcionarios, expertos sanitarios, empresarios y más, en una lista que perturba e impide el sosiego nacional que México exige para encaminar un futuro menos ominoso.

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