Polarización

Por Roberto Cienfuegos J.

El tema de la polarización nacional se instaló en México hace más de dos años y es claro que persistirá como instrumento político al menos hasta el 2024. Así que estamos en presencia de un asunto nada nuevo ya a estas alturas del gobierno de la 4T. Dicho de otra forma, no es nuevo ya en México el dilema planteado desde Palacio Nacional: ¿estás conmigo o estás en mi contra? Obediencia a ciegas o fifi, corrupto, adversario, chayotero, doliente o deudo de los gobiernos del periodo neoliberal, esa es la cuestión.

¿Por qué insisto en el tema si no es nuevo ya? Retomo el asunto porque observo que de recurso político se perfila en la expresión contundente y peligrosa de un cisma social de alto riesgo, que obnubila la razón y, peor aún, enfrenta a mexicanos con riesgos graves para el país, donde asumo debemos convivir, tolerarnos y sobre todo respetarnos todos. Así, sin más.

¿Por qué descalificarnos mutuamente? Pregunto seria y hasta ingenuamente si se quiere. ¿Nos sirve como mexicanos, hijos de un solo cielo y de una sola tierra? Con ingenuidad, insisto y admito, me pregunto a quién le resulta útil y para qué la división entre sectores, clases, credos, ideologías, actividades y todo aquello que usted agregue?

Estoy convencido de que la división nacional, por los motivos que usted quiera e indique, fractura a México, agrava sus problemas, impide la resolución de éstos y socava de manera peligrosa la necesaria e indispensable convivencia nacional y social entre diferentes. De esa división, antagonismo y cisma sólo muy pocos, un puñado, se beneficia. En contraste, el país se atasca, se paraliza, se atrasa en el encono, e ingresa en el vertiginoso e incierto tobogán del desastre.

Vea usted afable lector (a), por ejemplo, la experiencia estadunidense bajo el mandato de un hombre cismático como Donald Trump, que llegó al exceso criminal de alentar a una turba para que el seis de enero pasado irrumpiera en el Capitolio, la máxima representación popular de ese país, en un intento por impedir la certificación presidencial de Joe Biden. El hecho, sin precedentes en más de 200 años de democracia estadunidense, respeto e institucionalidad, dejó heridos, detenidos y aún muertos. Trump “gobernó” cuatro años con mentiras, cinismo, pero sobre todo con una bandera de descalificación, ataque permanente y cisma nacional. Afortunadamente, su intento criminal de reventar la democracia de ese país fracasó, aún y cuando no está extinguido del todo, más todavía por la absolución que los republicanos garantizaron en el Senado, y que seguramente pasará factura más adelante. En fin.

México debería tomar lecciones de ese episodio trágico de la democracia estadunidense, que se tambaleó aunque para fortuna del propio país y el mundo, no se quebró.
Refiero todo esto porque recién el último fin de semana, amigos entrañables dan cuenta de que han caído en el garlito de hacer eco de este cisma nacional que infelizmente vive México y alienta el poder constituido en gobierno.

De un lado, amigos míos, gente bien intencionada, solvente en aspectos críticos como personas, inteligentes y aún con experiencia amplia fuera de México, se definen como cuatroteros irredimibles, absolutos, convencidos hasta el punto del fanatismo al sostener que los mexicanos somos afortunados de tener un presidente como Andrés Manuel López Obrador en medio de la peor crisis del mundo en décadas. No hay medias tintas en esta valoración. Menos matices. La racionalidad -me parece- zozobra. De objetividad o algo parecido, ni hablar.

Del otro lado, el gobierno de la 4T es visto como una catástrofe nacional y su jefe máximo es considerado un oligofrénico cuando menos. Tampoco hay medias tintas ni matices o algo que se acerque a una objetividad relativa. ¿Racionalidad? ¡Cero!

Ambas posturas causan desazón, incluso tristeza, pero sobre todo frustración por su inutilidad, su irreductibilidad y la pérdida del juicio equilibrado y justo. Ni una ni otra posturas son útiles a nadie, o casi a nadie. Es el absurdo juego del todo o nada, que conduce generalmente a la intolerancia, el irrespeto y la pérdida, sobre todo en momentos en que México requiere más que nunca un análisis y una crítica imparcial. Lo demás es poco útil para nadie, o casi. Los que perseguimos al menos como intento permanecer en el medio caminamos sobre techos de vidrio. Lamentable.

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