roberto cienfuegos

La concentración hace dos días en el Zócalo de la Ciudad de México para resaltar los tres primeros años del gobierno que encabeza el presidente Andrés Manuel López Obrador reveló que el inspirador y titular de la denominada Cuarta Transformación goza de una amplia popularidad, así y ésta esté sustentada por prácticas que hace tiempo se creyeron superadas, pero que al menos esta vez dejaron en claro que están de regreso y gozan de cabal salud.

Hay que reconocer sin embargo que resulta difícil, si no imposible, que en el México de estos días haya una figura pública y/o política con semejante capacidad de convocatoria a lo que se denominó el “Zócalo democrático” o “AmloFest”. Los cientos de autobuses que saturaron en día hábil el centro histórico de la capital del país y sus adyacencias, dieron cuenta de la revitalización de mecanismos de sobra conocidos en México y de los que el casi fenecido PRI hizo gala durante décadas. Nada nuevo bajo el sol de la tatarabuela de México-Tenochtitlán. Los líderes, como lo ha dicho el propio mandatario, no son nada sin ese pueblo.

Más todavía en estos tiempos, cuando el presidente ensalza y destaca el valor que para el tiene el arropamiento, acompañamiento popular. De hecho, ha señalado que esos encuentros masivos, populares, le prodigan nuevo vigor. Es su naturaleza y perfil político. Sin ese pueblo, ha dicho ád náuseum, él no es nada porque después de todo él ya no se pertenece así mismo. Es parte consustancial del pueblo que tras verlo en un prolongado trajinar, tan mítico, como el que protagonizaron los mexicas o mexicanos antiguos antes de asentarse en lo que es hoy la Ciudad de México, decidió darle un contundente voto de confianza para entronizarlo justo allí, en el corazón del país, la génesis nacional.

Miles y miles de mujeres y hombres, venidos de distintos puntos de la geografía nacional, atestaron el Zócalo y aún todo el centro de la capital mexicana. Fueron horas de un frenesí popular como no se había podido ver debido a la pandemia del coronavirus. Un auténtico elixir popular.

Y sin embargo, entre las preguntas que podrían hacerse respecto de este fenómeno socio-político en el que un líder como López Obrador se abriga por el pueblo, es cuál es el beneficio concreto y específico de esto para el país. Resulta alentador que un presidente tenga este grado de acompañamiento popular y/o ciudadano, pero insisto, para qué sirve o es útil esto al país, cuyos problemas en numerosos ámbitos se acumulan en forma dramática. Sería extenso y hasta ya estas alturas, cansón, fatigoso, insistir en la amplia lista de asuntos que sacuden a México, sin que la popularidad presidencial parezca útil para atajarlos, resolverlos y/o superarlos. La popularidad sin un ejercicio profesional de gobierno refleja más bien mercadotecnia, narrativa y fatuidad.

Hasta ahora, el presidente ha resultado un mago de la política. Excelente. Según se vio el miércoles, y aún con los recursos de arrastre y “convencimiento” popular, él sigue disfrutando del favor del monstruo como reseñan las crónicas de Viña del Mar. Nada le abolla su aceptación mayoritaria y mucho menos el ejercicio del poder, que siempre genera un desgaste. Goza de una popularidad que ronda el 60 por ciento. Nada mal para un mandatario especializado en el choque, la diatriba, el encono, la descalificación y aún el regaño, aun en su entorno más cercano e íntimo.

Pero el asunto importante, parece, es que esa inmensa popularidad que adorna el ejercicio gubernamental de López Obrador,  de poco o casi nada ha servido para que México deje sus peores problemas o al menos se encamine hacia la superación de ellos. Insisto, la lista de los males, muchos de ellos acuciantes, que agobian al país, se mantiene. Hablemos de economía, seguridad, salud, educación, inversión, crecimiento, energía y muchos otros más. El miércoles fue evidente además que el presidente sustenta su ejercicio, si, en la vasta mayoría del país, la más débil, vulnerable y requerida de todo tipo de apoyo, ese que le negaron los gobiernos neoliberales previos, que se observaron duros, insensibles y concentrados en las frías cifras macroeconómicas, y que además nutrieron la corrupción, sin duda y abrieron el camino para que el país se fuera al otro extremo del péndulo, uno donde impera el poder absolutista, personalista y opuesto a todo aquello que también implicó años de esfuerzos. ¿Bastará la popularidad del presidente para comenzar a echar la locomotora del desarrollo que demanda México, empeñado ahora en arrastrar únicamente los vagones y/o el cabus?

ro.cienfuegos@gmail.com

@RoCienfuegos1

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Licenciado en Ciencias de la Comunicación por la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM y Maestro por la Universidad Politécnica de Tulancingo de Bravo, Hidalgo.Coberturas internacionales en Brasil, Colombia, Dinamarca, Jamaica, Perú, Taiwán, y Trinidad y Tobago. Corresponsal de Excélsior y Notimex en Estados Unidos y en Venezuela.Su trabajo aparece en McGraw-Hill, la revista colombiana Dinero, las agencias noticiosas Ansa, United Press International, Xinhua, Notimex, La Opinión de Los Ángeles, Hoy, The Dallas Morning News y Tiempos del Mundo.@RoCienfuegos1ro.cienfuegos@gmail.com