arturo moreno

Carlos Francisco Castañeda de la Fuente tuvo una sólida formación católica. Sus padres fueron cristeros. A los 25 años pretendió convertirse en sacerdote y ser misionero en África, pero no tuvo un pariente que patrocinara la «dote» que le exigía la Compañía de Misioneros de Guadalupe. A los 29, luego de terminar la secundaria abierta, decidió matar al presidente Gustavo Díaz Ordaz, sí así de fácil y simple llegó a ésta conclusión, ¿Por qué? Pues para vengar a los estudiantes asesinados el 2 de octubre de 1968. A pesar de ser arriesgado simplemente…. Falló.

Aquel 05 de febrero de 1970, Carlos Francisco Castañeda de la Fuente salió del departamento que ocupaba en el número 24 de la calle Velázquez de León número 80, en la colonia San Rafael. Ya había leído en el diario “El Universal” que el presidente Gustavo Díaz Ordaz asistiría a un acto en el Monumento a la Revolución, y su objetivo, sin menoscabo ni marcha atrás, era asesinarlo.

En una pequeña maleta de plástico metió la pistola Luger que había adquirido por $900 pesos. Sus ahorros de todo un año. Su idea de matar al presidente se gestó por lo menos dos años antes de 1970: «Un amigo, católico, de la secundaria», le regaló el libro “Héctor”, de Jorge Gram, que hablaba del prototipo del joven cristero. Pero más influencia tuvo en Castañeda de la Fuente el movimiento estudiantil de 1968, según los «estudios psiquiátricos» que le fueron practicados desde 1970 y hasta 1993.

La cadena de acontecimientos que se sumaron para que el entonces presidente fuera el objetivo de sus balas son, entre otros, el hecho de que Gustavo Díaz Ordaz hubiera negado la derogación del delito de disolución social, y que el Ejército hubiera asesinado a jóvenes estudiantes el 2 de octubre de 1968. »Con base en los hechos anteriormente relatados y bajo el razonamiento de que en México 90 por ciento de la población es católica, entonces murieron muchos católicos esa noche, y yo debería vengarlos», declaró al psiquiatra Horacio Trujillo.

Carlos Castañeda partió de su departamento con la decisión tomada. Llegó al Monumento a la Revolución al filo de las 10:45 horas. Su intención: Disparar contra el Presidente.

A pesar de que estaba cerca del objetivo, éste se frustró por el gran número de personas que rodeaba al mandatario. Creyó que tendría una segunda oportunidad y se dirigió al cruce de Insurgentes y Gómez Farías.

Era el punto de salida de Gustavo Díaz Ordaz y su comitiva, Castañeda, de acuerdo con los documentos en los que se reconstruyó el atentado, quedó a una distancia de ocho metros de un automóvil.  Sacó el arma, apuntó al vehículo, pero en la unidad no viajaba el presidente, sino el secretario de la Defensa Nacional, general Marcelino García Barragán. Sin embargo, decidió disparar, con el «razonamiento de que el Ejército era el causante de tantos católicos muertos en 1968”.

Buscó no herir a las personas cercanas y falló; el tiro pegó en el chasis del automóvil. El resultado: Es apresado inmediatamente sin oponer resistencia alguna. Fue llevado a la Dirección Federal de Seguridad y muy a la usanza de la época, por supuesto lo torturan.

Diez días después es trasladado al Campo Militar número uno, donde es torturado (nuevamente) y amenazado con un revólver en la cabeza sin presentar ningún tipo de angustia, pues se consideraba un hombre dispuesto a dar la vida “por sus ideales», señaló en su informe el psiquiatra Horacio Trujillo.

La Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH) elaboró en 1992 un informe en el que se señaló: »luego del atentado, Castañeda de la Fuente fue trasladado a la Casa Museo Venustiano Carranza, ubicada en la calle de Río Lerma, en la colonia Juárez, donde fue golpeado y posteriormente conducido a la DFS (Dirección Federal de Seguridad), durante su detención, el director (Luis de la Barreda Moreno) lo interrogó por varios días y luego lo entregó a Miguel Nazar Haro “El Torturador” aquel que hacia el trabajo sucio de “Papá Gobierno” en aquellos sexenios de la “guerra sucia”.

Sin más qué hacer con él y después de múltiples torturas y un encierro por más de 20 años en el manicomio, salió libre el 23 de diciembre de 1993. Al día siguiente pasó la Navidad con su hermano. Sin embargo, después de unos días se fue de la casa sin siquiera despedirse, quería ser libre, esa libertad que añoraba y ansiaba. Se le llegó a mirar rondando los alrededores de la colonia tabacalera en la CDMX, vagabundeando y pidiendo limosna para sobrevivir, teniendo por techo el monumento a la Revolución, algo paradójico, un sarcasmo de la historia sin duda.

 

¿Tú lo crees?… Yo también.