AMLO ¿pastor o estadista?

Por Francisco J. Siller

Seguridad, salud y Economía agobian a la 4T y la sumergen en el pantano más profundo de los últimos 100 años en la historia de México. Hoy se suma al rosario de problemas y obstáculos, una crisis política que de no atenderse llevará a este gobierno al fracaso absoluto.

No es cosa de liberales o conservadores, de amigos o enemigos. Andrés Manuel López Obrador sembró vientos desde el principio de su gobierno y está cosechando huracanes. El Covid-19 solo es un a bache en el camino, no es causa, simplemente casualidad.

La economía nacional venía mal desde 2019, la inseguridad era creciente y qué decir de las carencias del sector salud. Si las decisiones del gobierno Lópezobradorista fueron equívocas o no, siempre son perfectibles. Rectificar es de sabios, errar con constancia, es de necios.

Andrés Manuel López Obrador puede ser un hombre bien intencionado, eso no está en duda. Tampoco su intención del convertirse en el líder moral de los mexicanos. Actúa como el pastor que cuida al rebaño. Busca ser el centro de un país utópico que solo existe en su pensamiento.

En 2018, 30 millones votaron por él, con la creencia que habría un cambio. La confianza que en él depositaron se ha erosionado al paso de los meses, pero no se ha desmoronado estruendosamente. El presidente continúa siendo depositario de la confianza popular. No debe decepcionar a quienes lo apoyan.

No se trata de criticar las carencias de su gobierno, ni de exigirle que renuncie —porque no está a la altura de las circunstancias—, se trata que tome verdaderamente su papel de estadista, que sea ese presidente capaz de pasar a la historia a la altura de un Juárez o de un Madero.

López Obrador debe sacudirse los fantasmas del pasado —su principal error— que si bien pueden ser culpables de muchos de los males que aquejan al país, son parte de una historia que los mexicanos no queremos que se repitan. Queremos un México moderno, con estabilidad y futuro promisorio.

Pero eso no ocurrirá mientras nuestro presidente esté empeñado en reescribir la historia. Mientras siga empeñado en ver más en el pasado, que en el presente —y porqué no en el futuro—, México no cambiará.

Él puede concentrar el poder, aún más que cualquier priista de la época revolucionaria. Su problema, es cómo lo va a usar. Hasta ahora es claro que ese poder político y económico que concentra tiene más intenciones electorales, que beneficio a ese pueblo que integra su rebaño.

El poder presidencial ha apabullado al Congreso de la Unión, a la Suprema Corte de Justicia de la Nación, controlado a todos aquellos contrapesos de los organismos autónomos como una estrategia de ese control absoluto que requiere para lograr la llamada Cuarta Transformación.

Sin embargo la crisis política que se avizora hará tambalear los propósitos de este hombre si no pone atención a los focos rojos que se prenden todos los días. El rompimiento con los gobernadores, el creciente rechazo popular a su gobierno o la crisis interna de su partido por el control de la dirigencia.

Puede no importar que día a día el número de fallecimientos por el Covid-19 se vayan acumulando, o aquellos por la acción de los grupos criminales y las masacres que protagonizan, que hechos como ese solo queden en las estadísticas, sin acciones contundentes por parte del gobierno.

Que el número de pobres se incremente exponencialmente —12 millones más que en 2018—, que se pierdan un millón de empleos formales y que nuestra economía decrezca en dos dígitos. Nada de eso impacta la acción del gobierno sumido en su muy especial retórica mañanera.

Así, el exceso de confianza que demuestra López Obrador, de que su palabra es ley es precisamente lo que puede llevar al fracaso a su gobierno…