Tenías 29 años, salvabas vidas, regalabas medicamentos, la medicina fue siempre tu vocación. Eras una mujer joven, imagino tu alma, quizá desordenada, siempre generosa. ¿Un amor? Tu familia orgullosa de ti. Las amigas y esas charlas. Tus pacientes, seguramente memorizaban tu sonrisa. Y después ese día que tu automóvil chocó con otro, un accidente vial bajaste del que no huiste y en el que nadie salió herido. Bajaste de tu coche para ofrecer ayuda, como siempre, pensando en los demás, espléndida y humana… ¿Qué pasó después? ¿Por qué te detuvieron? ¿Por qué esa policía te toma del cuello? ¿Había un solo elemento para que a la fuerza te subieran a su patrulla? Minutos después alguien terminó con tu vida. Te mataron. Una joven como tú jamás se suicidaría, porque te querías bien, te quería tanta gente.
No, no quiero escribir sobre tu muerte. El malestar crece en mi alma.
No quiero repetir consignas a oídos sordos.
Mis manos tiemblan al intentar rasgar con cada uno de mis dedos tantas almas llenas de indiferencia.
Desesperada quiero tachar esas leyes que no se cumplen.
Mi dedo índice se ha cansado de señalar culpables.
Pero me dueles tanto, que debo escribirte, tengo que escribir sobre ti, para ti, por ti.
Podías ser mi hija, mi alumna, una amiga de verdad, una aliada de vida.
Entonces empiezo a escribir, es lo único que puedo hacer cuando el dolor es tan inmenso. Tu muerte, ay, cómo duele.
Beatriz, me asomo a tu espejo, qué frágil debes haberte sentido, qué rabia y qué impotencia. Miedo, ese miedo que siempre sentimos las mujeres cuando palpamos la indiferencia de otro ser humano que nos acosa o amenaza. El odio de un hombre. El coraje incomprensible de una policía que debía ser aliada y no verdugo. ¿Fue esa policía? ¿Fue una de esas personas uniformadas que te detuvieron? Las mismas que jamás nos cuidan, las mismas que si veo por la calle mejor me cruzo al otro lado de la banqueta.
Tus sueños arrebatados. Si ese día… No hay un hubiera. Pero, ¿qué día resulta hoy seguro para nosotras? ¿Qué día podemos salir tranquilas? ¿Qué día nos respetarán y nadie intentará agredirnos? ¿Qué día dejarán de aparecer esas noticias de que una mujer fue asesinada? ¿Por qué esas voces insensibles dicen que la encontraron, que apareció, que la descubrieron como si ese asesinato nadie lo hubiera cometido?
Beatriz, la justicia fue encerrada junto contigo en esas cuatro paredes donde la policía decidió encerrarte, sin juicio de por medio, violando todos los derechos humanos, ignorando todos los protocolos. Te encerraron ahí. Ninguna puerta abierta, ni por misericordia. Sin ventanas, ni un rayo de esperanza se filtraba. Unos separos donde la soledad amenazaba sin piedad. Los agujeros de esas paredes sucias te hicieron recordar todas las lesiones que curaste y las heridas que lograste cerrar. Tu respiración agitada, la misma que manos crueles cortaron sin compasión.
Beatriz, desde mi cautiverio lloro por ti. Me uno a tus colegas de bata blanca que levantan el puño al centro de Plaza Juárez y caminan en silencio, un silencio que sacude la indignación, que provoca unirse a él para ensordecer a gente inhumana. Escucho las consignas que las feministas hacen rugir con todo el coraje que se puede sentir cuando asesinan a una mujer. Que estas escenas no se vuelvan a repetir, exigimos desde el fondo del alma. Los gritos de reclamo y de impotencia brotan con miles de ecos porque a veces ya no sabemos qué hacer. Hasta ahora ningún gobierno y ninguna ley garantizan cómo detener tanto odio en el alma asesina, cómo erradicar esta violencia de género que sigue brotando de las estructuras patriarcales. Esas escenas solamente desaparecerán cuando llegue la justicia, cuando la vida de ninguna esté en peligro por salir a la calle, por ser mujeres. Pero hoy no pararán los gritos de guerra, los himnos de denuncia.
Trato de pensar en tu fuerza, en esa fortaleza que te impulsó a estar en la primera línea para combatir la Covid19, para no doblarme de este dolor que siento al pensar en ti. Intento aspirar tu aroma de mujer joven que no merecía este cruel final. Que mi grito ahogado cobre fuerza en cada frase que escribo. Que cada lágrima sensibilice tanta indiferencia. Que una sociedad justa provoque ya no tener que escribir con esta impotencia que cala hasta lo más hondo de mi alma.
Escribo Beatriz, aunque ya no quisiera escribir sobre ninguna mujer que ha sido asesinada. Mujeres que no conocí pero que son amigas, hermanas, aliadas.
Beatriz, escribo tu nombre, sin dejar de llorar. Lloro como deben llorarte en el poblado de Progreso de Obregón en el estado de Hidalgo donde te arrebataron la vida, donde se promete investigar, hacer justicia.
Escribo Beatriz, para darme fuerza. Escribo débil y fuerte, abatida y esperanzada, repitiendo mil y mil veces: ¡Justicia!