Durante la presente administración, se ha buscado construir una narrativa en la que no caben diferendos ni disensos; una clara línea entre aquel México y la actual manera de administrar el país. Aquel México lleno de corrupción y vacío de todo, en el que no se alcanza nada y no se progresa nunca. Aquel, diferente al actual y lleno de tanto progreso.
Hay, sin embargo, frente a los que dicen saber, un México diferente al actual, podríamos decir, otro México, en el que la pobreza se agudiza y el crimen aumenta. Un México en el que la justicia se convierte en la adarga que cubre, cual velo lleno de pureza, el hacer y el decir del presidente de la república.
Pero, además, ese México, en el cual pensar diferente se vuelve estigmatizante, calificado de conservadurismo y traición. Amontonado entre los escombros de la oposición partidista y todo lo que apeste a diferente.
Hay un México en el que las expresiones del pasado corresponden más a quien gobierna, en tanto que la forma de decirlo ha cambiado de manera radical y, en algunos casos, son diametralmente opuestas.
Hoy la Guardia Nacional y el ejercito se juntan, a pesar de que en el pasado de manera vociferante se aseguraba que hacerlo sería militarizar al país. A pesar de que se sigue asegurando que quienes gobernaron en el pasado fueron corruptos y responsables de la realidad actual del país.
A pesar de ello, se retoman sus propuestas y se vuelven realidad. Se sigue arengando a la gente para que los condene y los señale de traidores, pero se militariza el país, los muertos aumentan, la paz social se pierde en muchos lugares, se minimiza el impacto que el crimen organizado genera en la población.
Pero, a pesar de todo, la popularidad del presidente se mantiene y además la presume; “pues háganlo ustedes, no es mucha ciencia”, dice el presidente a los indígenas nayaritas cuando le solicitan la realización de obras de caminos. Una muestra de como juega con la popularidad, argumentando que no es tan complicado hacer caminos por parte de las propias comunidades.
“No fue tan grave” aseguró en relación con los hechos, en los que hubo un enfrentamiento armado, asegurando que fueron solo alguno y que solo hubo un muerto. El uso de armas debería ser algo grave, pero, decirlo deja al ocurrente en un plano peor que los protagonistas de los hechos. Asegura “y nuestros adversarios, ya saben, se dan gusto”. Y este es el hecho más importante.
Pero hay algo en el lenguaje del presidente que es muy grave y se ha dejado pasar. Criminaliza la protesta en el discurso y vuelve criminales a los dirigentes. Pues en sus declaraciones llama al enfrentamiento como un “acto de protesta” y los cabecillas del crimen los equipara a los “dirigentes”.
De esta manera el presidente, influye con su enorme popularidad, en el imaginario popular, llevándolos a que cuando escuchen las palabras protesta y dirigentes los asocien necesariamente al crimen organizado. Manera tramposa de darle una estocada a la desorientada oposición mexicana y a todo aquel que se atreva a ir contra sus designios.
Hay en las expresiones del presidente, intenciones claras de que palabras comunes en la política nacional, sean asociadas a hechos delictivos. Su derecho a la libertad de expresión argumentará.
La pregunta se antoja conservadora y con sabor a adversario ¿Por qué a los dirigentes de oposición, les tacha de corruptos, traidores a la patria y al pueblo, en tanto que a los líderes de los carteles los llama dirigentes y a sus acciones criminales, protestas?.
En aquel México del cual el presidente despotrica, había cosas muy malas y, cada una de esas cosas malas, han servido para desorientar a la gente sobre las cosas malas de este nuevo México. En aquel México, el presidente mostraba sus habilidades para encabezar una profunda transformación de la vida pública del país. Ahora, solo muestra un profundo desprecio por aquello que huele un poco diferente a él.