Los debates en México prácticamente sobre cualquier tema sólo ofrecen a la fecha una disyuntiva: a favor o en contra. Adiós a los matices, a la gama cromática y mucho menos a un diálogo inteligente para impedir el monólogo siempre pernicioso, más aún si se tiene el poder para imponerlo, o al menos intentarlo, lo que ya de suyo abre el camino para incurrir en una aberración. En buena parte, eso nos tiene empantanados, y aún histéricos. Lo peor es que responde a una lógica del poder absoluto, y una conculcación de la democracia, o casi, siempre negada a los otros, a los de enfrente, a los diferentes, críticos y aún a los disidentes. Esto por una estrategia que poco o nada aporta al entendimiento, a la comprensión, y al punto de encuentro. Mucho menos a las soluciones. De este enfoque también proviene la imposición y, necesariamente, la resistencia, así ésta resulte más estorbosa que efectiva, incluso más reactiva que propositiva.
La disyuntiva entre el estás conmigo o estás en contra mía, siempre estará destinada al fracaso. Es lo que está pasando con prácticamente todos los temas que conforman la agenda nacional. Un análisis, así somero o superficial, deja fácilmente ver que este camino sólo nos conducirá al encono, el aislamiento y, peor aún, el confinamiento en compartimentos estancos. Poco habrá de resolverse en México si persiste esta visión tan pobre, especialmente en un país de altas complejidades, asombrosas diversidades y disparidades abismales. México requiere de manera urgente un diálogo nacional y consigo mismo. Sin estos instrumentos, seguiremos dando palos de ciego. Casi al igual que en una familia, México requiere diálogo, entendimiento y acuerdo. Es la condición para progresar.
Es cierto, la planteada es una tarea mucho más compleja, más elaborada, más estudiada y más auditiva, que por supuesto tomará mucho más tiempo, pero cuyo saldo sería infinitamente más productivo y eficaz para todos.
El reduccionismo absurdo que supone la elección de uno u otro bando de opinión lleva en sí el germen de la infecundidad, la descalificación y la estigmatización, e incluso en ocasiones, la aniquilación. Esto es demasiado peligroso para un país -insisto- que como México constituye en buena parte una variedad muy amplia de universos.
Esto nos está pasando cada vez con mayor encono, e incluso se registra en el seno de millones de familias del país, donde hay un cisma porque prácticamente se obliga a definirse si se está a favor o en contra, por ejemplo, del gobierno de la cuarta transformación. En esa división todos perdemos, y si acaso, unos cuantos parecen ganar, pero sólo en una apariencia inmediata. Y no se diga cuando ésta escala en cualquier ámbito fuera del doméstico. Se han perdido amistades, se han roto fraternidades y repunta el aislacionismo o incluso el repudio a quienes se ubican de uno o de otro lado.
No hay matices ni puentes en estas posiciones radicales, y así discurrimos, incluso con miedo a hablar, sino peor aún, a exponer, argumentar y escuchar. Si no somos capaces de esta apertura al otro, pues seguiremos empeñados en imponer nuestra muy peculiar forma de pensar y actuar, así ésta resulte errónea y aún peligrosa.
Un examen -insisto- así sea somero de los temas nacionales fundamentales revela necesariamente esta visión dicotómica que nos está carcomiendo socialmente.
Piense usted en cualquier tema clave del país. Militarización, Tren Maya, Aeropuerto Internacional Felipe Ángeles, Refinería Dos Bocas, Programas Sociales, Banco del Bienestar, Becas, subsidios a combustibles, seguridad pública, tratamiento a la criminalidad, revocación de mandato, y añada usted el tema que considere hasta constatar que en todos, se impone el ya clásico estás conmigo o estás en contra de mí. La lealtad ciega es una mala consejera, tanto como la discrepancia absoluta. De poco o nada ayudan a resolver los males que nos aquejan y menos a construir entre todos el país que nos exige nuestro tiempo. ¿O no?.
@RoCienfuegos1