A propósito del plan piloto en materia educativa que impulsa el gobierno de la 4T, que corresponderá en buena parte poner en práctica a la “Maestra Lety”, como llama el presidente a la recién nombrada titular de Educación, he pensado mucho en estos días en la experiencia en este campo de un país como Taiwán o República de China.
Refiero el caso taiwanés, en estos días sumamente emproblemado por las tensiones que sufre derivado de su disputa histórica con China continental y animadas por un papel peligroso de Estados Unidos, debido a una relación que inicié con ese país del este de Asia durante una visita que cumplí hace unos pocos años.
Antes de esa visita, y con el interés de recabar la mayor información posible sobre Taiwán y en particular para conocer los detonantes de su enorme y relativamente rápido éxito económico, financiero y aún militar, pregunté a un diplomático taiwanés cuál y/o cuáles eran los motores de lo que muchos han denominado el “desarrollo milagroso”, una transformación, sí, prácticamente milagrosa, más aún para un ciudadano de México.
La respuesta de ese diplomático, cuya identidad prefiero mantener en reserva, me causó sorpresa, no por su complejidad o el hallazgo de líneas inescrutables o incluso esotéricas en relación esto último por la naturaleza “milagrosa” que se le ha endilgado al proceso transformador, ese sí para bien, de un pequeño país prácticamente isleño, con una población que ronda a la fecha los 25 millones de personas, una cifra casi equiparable a la llamada ciudad innovadora y de derechos, como es hoy denominada la Ciudad de México.
El chino-taiwanés -para diferenciarlo del chino continental- me dijo esto: hacia la década de los 50 se dieron cuenta en su país que carecían de casi todo -dijo para referir en particular a los recursos naturales-. Esto los desconsoló casi de inmediato, pero en medio de esa pesadumbre por la escasez prácticamente total de recursos, percibieron -casi milagrosamente- que contaban con algo mucho más potente y poderoso que todos los recursos del mundo. Lo apuré para que me contara cuál era ese recurso tan portentoso, envidiable y potencialmente transformador. Pensé por un momento que se negaría a compartirme ese secreto, que originó el desarrollo y la transformación de Taiwán en unas cuantas décadas. Casi lo presioné para que me confesara el nombre de ese recurso. No esperé demasiado. “El cerebro”, me soltó. Ante la expectativa mía de acceder a un secreto altamente poderoso, casi me desilusioné de inmediato y sin sopesar en forma adecuada lo que me estaba revelando. ¿El cerebro? ¡Pamplinas! Casi musité. Vaya cosa con la que me salió, pensé.
Más tarde, en el sosiego, y en particular a la luz de lo que vemos en México, donde la educación es cada vez peor, según todos los indicadores de estudios de diversas instituciones nacionales y aun internacionales, me doy cuenta del valor de lo que el chino-taiwanés me relató sobre la importancia clave del “cerebro” para el desarrollo de un país, cualquiera que éste sea. Allí están por ejemplo los pobres resultados de los educandos nacionales en materias clave como lectura, comprensión, matemáticas, geografía y español.
A diferencia de Taiwán y de otros países, en México la educación se ha convertido en un botín político con expresiones múltiples en éste y los gobiernos anteriores. No hay hasta ahora ninguna transformación clave del sector educativo nacional, salvo la encaminada a obtener “raja” política de un sector estratégico, clave, para éste y el país que usted mencione.
Antes, “la maestra” Delfina, ahora la “maestra” Lety, llegaron al máximo cargo de la SEP como parte de una estrategia política del gobierno de turno, pero no para desarrollar, impulsar o innovar en el ámbito de la educación, y mucho menos para detonar un cambio profundo de este sector a mediano y/o largo pazo a partir de políticas públicas que deberían trascender a un sexenio, si es que en verdad se persiguiera una transformación nacional.
Con un crecimiento económico envidiable, derivado de una economía de mercado y la vigencia de un sistema democrático que no está sujeto a veleidades y/o ansias políticas, Taiwán destaca por la calidad de su sistema educativo y un sistema de formación profesional, que comienza con la educación obligatoria de nueve años -como en México, es cierto- pero que a partir del 2014 se amplió a 14 años, con vertientes en dos vías formativas: la educación secundaria genérica sénior y la Formación Profesional, que en este caso se diferencia entre el nivel intermedio y el superior. El intermedio establece programas de habilidades y oficios júniores, mientras que el nivel superior comprende programas profesionales más completos e intensivos.
Así que el desarrollo económico de Taiwán, que comienza a hacerse patente desde la década de los cincuenta, se debe en buena medida al establecimiento y desarrollo de su sistema de formación profesional, que se orientó a la enseñanza de ciencia aplicada y tecnología para formar personal profesional con habilidades prácticas.
De hecho, las reformas económica y educativa avanzaron de manera paralela y estrecha, lo que explica que el sistema de formación profesional esté tan vinculado en el desarrollo económico del país.
A la fecha se impulsan políticas para garantizar que los graduados de Formación Profesional encuentren un empleo pronto o inmediato, ofertar mano de obra con una formación de alta calidad según las demandas de la industria y reformar la imagen que tiene la sociedad de la formación Profesional.
Además, se garantiza que la formación secundaria, tanto la genérica como la de Formación Profesional, quede exenta del pago de matrículas y de la presentación de una evaluación o un examen que determine la admisión o no a estos programas formativos, lo que permite una Formación Profesional más abierta e inclusiva para todo tipo de estudiantes.
Esto significa que han dejado a un lado la politiquería, la chabacanería, y sobre todo han puesto a andar “el cerebro” para que otros “cerebros” funcionen cada vez mejor, al margen de pretender etiquetarlos.
@RoCienfuegos1