Carlos Salinas, entonces presidente de México, apuntaló a su delfín, Luis Donaldo Colosio, con la secretaría de Solidaridad. Era bien conocido el trabajo de Colosio en las colonias populares de muchos municipios de la República.  El plan era desplazar al PRI por Solidaridad.

Se involucraba a los pobladores, se formaban comités, y se financiaban las obras. Eran miles de comités de solidaridad en todo el territorio. Era pues Colosio el candidato ideal para competir por la presidencia de la República.

Pero al iniciar la campaña llamaba la atención la falta de publicidad del partido tricolor. En su lugar aparecía toda la propaganda con la bandera, el apellido Colosio y la palabra Solidaridad. Nada del tricolor.

Los organizadores, viejos participantes en estas lides, pedían los artículos propagandísticos tradicionales, playeras, gorras, mandiles, termos, pins, para repartir entre sus agremiados, seguidores y asistentes a los mítines. 

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Se recibían costales de material, pero con el logotipo de Solidaridad. Esa maniobra fue gestada, organizada y financiada desde Los Pinos por el siniestro Jefe de la Oficina de Presidencia de la República, el francés, Jean Mary Córdoba Montoya, cercanísimo colaborador de Salinas de Gortari, desde su época de Secretario de Programación y Presupuesto. 

Carlos y su hermano Raúl Salinas movían todos los hilos de la política, y los negocios derivados de las obras gubernamentales. Nada se concesionaba o se movía sin que Raúl lo aprobará, mediante una aportación monetaria de parte de los ganadores a las amañadas licitaciones. 

Con ese poder Raúl organizó una reunión con los magnates de México, patrocinadores de las campañas políticas, para “darle instrucciones al candidato”, que llegó muy tarde a la reunión. El hermano incómodo quiso llamarle la atención recordándole quienes eran los participantes y la importancia de escuchar sus instrucciones. Colosio detuvo su perorata y con voz clara, fuerte y enérgica, le dijo no se te olvide que el presidente voy a ser yo y se retiró.

Rompía el “status quo”, y se iba por la libre. Sin partido, sin relaciones perversas. Apoyado por sus miles de comités de solidaridad y simpatizantes que lo apoyaban. Y otros millones de priistas que engañados lo seguían creyendo que era el candidato tricolor.

En sus mítines nunca hubo una leyenda del PRI, una manta o una alusión al partido. ¿Era aceptable eso? para los viejos dirigentes y militantes que esperaban con ansias el triunfo, con la esperanza de ser premiados con puestos públicos. La incertidumbre.