Duele mucho y preocupa más decirlo, pero el país registra una realidad cotidiana de balazos y más balazos que cobran vidas de manera incesante. Lo peor es que nos estamos acostumbrando si no es que ya dejamos de sorprendernos. La gente muere y muchos policías también. ¿Y qué pasa? Prácticamente nada. Hace tiempo que recordamos el título del cuento de Edmundo Valadés: “la muerte tiene permiso”. Sí, en México la vida vale cada vez menos, si no es que nada, decimos casi parafraseando al gran guanajuatense José Alfredo Jiménez. La vida que comienza siempre llorando y termina en iguales términos. Entre la violencia criminal, política y sanitaria, el país sobrevive. Ambas violencias con su cauda de muertes, la criminal y la asociada a la pandemia por el coronavirus, seguramente rompieron ya cualquier récord que se recuerde. Pero ni así nos inmutamos. Dicho literalmente, convivimos de manera cotidiana con cadáveres en ciernes. Pero nos vale. Los antiguos decían hace años para hacernos cobrar conciencia y movernos a la reflexión, que las personas llevamos la muerte en las pestañas. Y también nos vale, ahora más.

México vive inmerso en una profunda violencia mortal hace más de tres lustros, y todo indica que ya nos acostumbramos. Más de dos sexenios pasaron sin tener un alivio al fenómeno criminal y de la violencia asociada. Las cifras tampoco nos asustan, hacen entrar en conciencia y mucho menos nos activan para exigir un freno. Se nos prometió hace más de dos años que la violencia menguaría con el advenimiento de un gobierno que propugna un cambio de régimen. Nada, absolutamente nada. Pronto estaremos a la mitad de un sexenio también infructuoso en materia de contención del crimen, así se haya creado un cuerpo especial como la Guardia Nacional. Hace unos meses, el titular de dizque la Secretaría de Seguridad y Protección Ciudadana mejor botó la toalla para buscar un nuevo cargo en Sonora. Aun cuando en Palacio Nacional se le calificó de funcionario ejemplar y se le instó a permanecer en su encargo antes que ir a buscar una nuevo, se fue. Las cifras que describen el infierno criminal en el país delatan el tamaño de su “éxito” y “ejemplo”.

Hace unos días, fueron masacrados -disculpe usted el término, olvidaba que eso ya no existe en México- 17 policías durante una emboscada y un enfrentamiento en dos poblaciones del Estado de México, colindante, aledaño y parte prácticamente ya de la Ciudad de México.

En el municipio mexiquense de Coatepec Harinas, elementos de la policía del estado y agentes de investigación de la Fiscalía local fueron emboscados en la zona conocida como Llano Grande. El convoy hacía un patrullaje en la región ante la denuncia de actividades de bandas del crimen organizado. Tras el ataque, ocho elementos de la policía estatal y cinco agentes investigadores perdieron la vida.

Casi inmediatamente después, pero en otro incidente separado, registrado en Almoloya de Alquisiras, hubo un enfrentamiento encabezado aparentemente por el mismo grupo que emboscó a policías en Coatepec Harinas, en el cual otros cuatro

uniformados murieron, para el trágico saldo total de 17 vidas. El tiroteo se desarrolló en la carretera vieja a Zacualpan, cuando los policías que iban a bordo de una furgoneta oficial fue atacada tras detectarse la presencia de un vehículo con delincuentes.

Actuaron de inmediato, distintas corporaciones de seguridad del estado, que tuvieron el apoyo de la Guardia Nacional, miembros de la Marina y el Ejército.

Fue uno -uno más, claro- de los peores ataques contra agentes policiales en los últimos años. El 15 de abril de 2015, 15 policías fueron asesinados por hombres armados al servicio del Cartel Jalisco Nueva Generación en el municipio de San Sebastián del Oeste, en el occidental estado de Jalisco, durante una emboscada a un convoy de 5 patrullas. En su ataque, los agresores activaron armas de alto poder y granadas de fragmentación, dejando a otros cinco uniformados gravemente heridos.

Al respecto, el presidente Andrés Manuel López Obrador dijo que no habrá impunidad y se castigará a los responsables del asesinato de 13 policías estatales y municipales en Coatepec Harinas.

«Lamentamos mucho lo que sucedió en el Estado de México, el gobierno del Estado de México está atendiendo este caso, haciendo las investigaciones, lo que podemos decir con certeza es que no hay impunidad en el gobierno que represento, el que comete un delito es sancionado y castigado», dijo, al apuntar que hay presencia permanente de la Guardia Nacional por medio de 32 coordinaciones. Aun así, ésta presencia se reforzará, prometió.

El gobernador del Estado de México, Alfredo del Mazo Maza, dijo que se trata de una afrenta al Estado mexicano.

“Es una afrenta contra el Estado mexicano y tenemos que responder buscando justicia por el bien de nuestro país, y para que estos hechos no queden impunes, ya para combatir la violencia y la delincuencia que tenemos en distintas partes de nuestro país”, apuntó. Queda aquí registrado el compromiso de ambos gobernantes. Veremos si cumplen, o se imponen la impunidad, el crimen y la pasmosa cotidianidad de los balazos que cada vez más inmutan a menos en México.

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@RoCienfuegos1